Releo y retoco de vez en cuando algunas de las casi tres mil palabras que he recogido a lo largo de muchos años de laboriosa y gratificante investigación en la Tierra del Pan, particularmente en Pajares de la Lampreana. Me percato cada vez más de que en los pueblos de esta comarca se habla un castellano muy normalizado, aunque perduran aún algunos vocablos de entronque asturleonés. Lógicamente, no se usan ya palabras vinculadas a los aperos agrícolas, como consecuencia de su desaparición, y la mayoría de los jóvenes las ignoran. Gracias a la recopilación de léxicos, esas palabras quedarán como testimonio de una genuina y rica cultura popular.

Tengo especial devoción a algunas palabras pajaresas, como "acochar", a la que ya el ilustre zamorano Cesáreo Fernández Duro define como "mecer al niño en brazos"; "altares", desaliño en el vestir; "arrosiar", calentar (el horno) y exceso de calor; "descuentos", explicaciones; "esborcellón", "desconchón"; "espalancadas", puertas o ventanas abiertas de par en par; "forfajas", migajas de pan; "rebanzón", pequeño promontorio al borde de los caminos; "picapán", ballesta, trampa para cazar pájaros; "regalga", barrizal después de la escarcha; "zarampio", nada; "mordezuela", molleja de las gallinas; "pescudar", interesarse por una cosa, ocuparse de ella, indagar, y también pesquisar, despistarse, distraerse, en expresiones como "cuando menos pescudó, el gato se llevó una tajada del plato".

Desde el punto de vista lingüístico, son especialmente relevantes las expresiones coloquiales, muchas de ellas todavía usadas incluso por gente joven: "pos luego", cómo no; "a qué asunto", de ninguna manera; "me costó uñas y garabatos", fue muy difícil conseguirlo; "a zurrón tira el nombre", cuando no se acierta, pero se dice algo parecido; "echar una cegatada", adormilarse; "le arrascaron bien el avantal", engañar a una mujer en un trato o negocio; "ir luego", inmediatamente, sin dilación; "no seas cermeño", torpe, necio; "pisar la cornal", colgar los hábitos, dejar de estudiar, quedar una mujer embarazada antes de casarse, emborracharse; "llevar un niño ancuello", en el regazo y también a la espalda; "andar a pinches", discutiendo, peleando, pero "estar dando pinches", ir de aquí para allá en busca de algo.

Otras formas de habla muy significativas son lo que pudiéramos llamar consejas o cuasisentencias. Como algunos refranes, tienen un trasfondo moralizante o constituyen una advertencia. He aquí algunos ejemplos: "A buen sitio fue a poner la parva", no sabía con quién se la estaba jugando; "siempre se anda metiendo en laberintos y después pasa lo que pasa", busca muchos líos y se complica la vida; "va la vaca detrás del novillo", cuando una chica pretende obsesivamente a un chico; "yo no digo nada", no querer entrar en el tema para no comprometerse; "no metió la pata, metió el corvejón", cometió un gravísimo error; "que cada perro se lama su pijo", que cada uno haga lo que tiene que hacer; "si hay que lamer el culo al perro, que se haga luego", hacer algo cuanto antes para corregir algún conflicto o desavenencia; "ahí te va una pulla, ahí te van dos: si hablas cornudo y si callas cabrón", siempre tienes las de perder, porque hagas lo que hagas saldrás trasquilado; "no hay que limpiarse el culo antes de cagar", no hay que preocuparse antes de tiempo; "ese anduvo siempre de flor en flor y se casó con un cardo", el flirteo se paga muy caro.

En los pueblos de la Tierra del Pan apenas se recurre a los chistes y la gente suele ser bastante discreta al enjuiciar comportamientos, debido quizá a la precaución que aconsejan los viejos refranes: "el que tenga una hija en la cuna, no hable mal de ninguna" y "el que tenga un hijo varón, no llame a nadie cabrón".

Hay un miedo cerval a ser tachado hoy de entrometido y mañana de incauto. Esto acentúa la desconfianza y el excesivo individualismo; favorece, asimismo, que cada cual vaya a lo suyo, incluso en tareas que podrían reportar beneficios mutuos. Sin embargo, estas reservas se rompían a veces en las antes llamadas corroblas o meriendas entre amigos: cuando se organizaban en un bar, se decían unos a otros: "¿Juntamos los chalecos?". No se trataba solo de invitar a una pinchada, sino de compartir ambos condumios.

Por lo general, la cautela que subyace en el habla ha favorecido la abundancia de lo que antes denominé consejas o cuasisentencias. La vecindad y las numerosas parentelas auspician estas reservas, que merecerían un minucioso estudio sociolingüístico, en el cual el contexto tiene una especial relevancia en el mensaje y no solo en el código y en el canal.