Primero fueron los seguidores del Barcelona los que pusieron el grito en el cielo presentado como una campaña contra su astro futbolístico, Messi, lo que fue un proceso por fraude a la hacienda pública que acabó en condena. Ahora son los del Real Madrid quienes exigen condescendencia y trato preferencial para su máxima estrella, Ronaldo, a fin de que sus desavenencias con la Agencia Tributaria no le causen tanta incomodidad como para cambiar de aires por la rabieta. El intenso debate que ambos casos suscitan estos días entre los aficionados al fútbol y los que no lo son da pie a plantearse cuánto ha madurado la conciencia fiscal de los ciudadanos y hasta qué punto, según quién sea la víctima, la hipocresía nos ciega.

Por algo España inventó para la literatura mundial la novela picaresca. Escamotear dinero al Fisco, lejos del reproche social, merece aquí la consideración de hazaña a imitar, un rasgo de perspicacia, como si el Estado o las administraciones fueran cosa de otros y no estuviéramos en realidad engañándonos a nosotros mismos. Con la crisis, los recortes y la austeridad empezó a cambiar esa percepción aunque no lo suficiente. Un 30% de los españoles todavía hoy considera normales las trampas en la declaración de la renta, según refleja la última encuesta anual sobre el comportamiento tributario.

El fútbol, con la aquiescencia general, vive prácticamente en la opacidad. El misterio envuelve los contratos de los futbolistas y los presupuestos reales de las plantillas. Los equipos son en realidad sociedades anímicas, antes que anónimas, de las que cada aficionado se siente dueño. La popularidad, unida a la laxa moralidad tributaria, permite a los ídolos gozar de bula. Pero precisamente recibir trato de semidioses no les inviste de privilegios sino de responsabilidad: la de mantener actitudes ejemplares. Encarnan en comportamiento y valores un espejo al que millones de niños y adultos se asoman a diario.

A nadie sorprende un secreto a voces: que los dineros del balón circulan por caminos alternativos. Diversas filtraciones pusieron a las autoridades fiscales en la pista de complejos entramados societarios diseñados supuestamente por agentes y representantes para reducir de manera ficticia los ingresos de futbolistas y entrenadores, y así mermar su base tributaria. Si los acusados de escamotear al erario miles de euros en vez de Messi y Ronaldo fuesen políticos ya estarían lapidados sin juicio alguno ni presunción de inocencia que valga.

Quienes acuden a las escalerillas de los tribunales a jalear y aplaudir a Messi, y seguro que a finales de este mes también a Ronaldo, obviando sus cuitas con los impuestos, son los mismos que luego vociferan tras las pancartas reclamando más carreteras, mayores pensiones, una sanidad de vanguardia y una educación de calidad, gratis por supuesto. La gran paradoja tributaria nacional consiste en que contando con unos gravámenes altísimos, en la línea de Suecia, la recaudación es baja, porcentualmente similar a Malta o la Republica Checa. Las múltiples vías de escape, mediante exenciones o fuga de capitales, posibilitan tan pobre bagaje. La deuda pública española es exagerada, no baja y compromete la recuperación. Los fondos no alcanzan para todo, y menos siendo comprensivos con los defraudadores.

El espíritu colaborativo, la pertenencia al grupo, constituye uno de los rasgos esenciales de la especie humana. La sociedad moderna, en cambio, fomenta el individualismo. Hemos convertido hoy los equipos de fútbol en canalizadores de esa tensión de identidad por la añoranza del clan. La inclusión en una comunidad poderosa y valiosa proporciona seguridad. "La intensidad de los sentimientos que mueven a pertenecer es tan fuerte que a menudo consigue que los propios individuos estén dispuestos a renunciar a su libertad", sostienen los expertos en sociología de masas. En el siglo de la visceralidad, la irracionalidad y la percepción distorsionada eso está pasando con Messi y Ronaldo. Los integrantes de su tribu los adoran tanto que renuncian a la justicia y a la ecuanimidad, cierran los ojos de manera hipócrita y miran para otra parte.

No pueden existir atajos para el fútbol. Los tiempos en que los ayuntamientos contribuían a realizar fichajes de relumbrón o a salvar, con el dinero de todos, la gestión incompetente de presidentes manirrotos pasaron a la historia. Lo que dejen de contribuir los defraudadores lo van a tener que pagar el resto de los ciudadanos para mantener los servicios esenciales.

Con las dificultades fiscales de los famosos contamos con un pretexto oportuno para detenernos a reflexionar y preguntarnos en serio el porqué de las lagunas y la tibieza españolas en el reproche social hacia el fraude tributario. En cualquier sociedad que se precie de moderna, esconder ingresos para no declarar por ellos exige una persecución y una condena implacable, por muchos regates, campeonatos y tardes de gloria que deba la afición a quien pone a recaudo la maleta llena de billetes en paraísos lejanos.