Seguramente es el problema de las fiestas lo que más ha cambiado y en lo que se advierte mayor diferencia entre nuestro tiempo y aquellos tiempos que sólo están en nuestra memoria. A los que ya contamos muchos años nos es suficiente con hojear La Opinión-El Correo de Zamora de estos días y avivar en la memoria lo que ocurría en nuestros años de niño en la provincia de Zamora. La Zamora agrícola no presenta mucha diferencia; sigue en la realidad el hecho de que nuestra provincia no ha adoptado el ambiente industrial de toda España. Sigue dominando el ambiente agrícola en los pueblos de Zamora; y apenas puede verse algún atisbo de industrialización que está vinculado a lo gastronómico cuyo elemento original está enraizado en el producto agrícola y ganadero de siempre.

La diferencia comienza a manifestarse en cuanto al tiempo dedicado a las fiestas. La capital ha tomado su carácter de ciudad funcionarial y proporciona al funcionario varios días de fiesta, en los que puede verter su vida en la diversión, para aliviar, tal vez, su enclaustramiento diario ocupado en la oficina, el laboratorio, el establecimiento comercial o el gran edificio que alberga la actividad docente. El resultado de este cambio se ofrece en el periódico, donde podemos leer lo que ocurre por los excesos del consumo de alcohol y drogas, por parte de los ciudadanos y la preocupación de las autoridades por encontrar la normalización de la vida festiva, remediando los males que se advierten en quienes abusan de la fiesta.

Nuestra niñez (la de los añosos zamoranos) nos alegraba con "el día de San Pedro", esperado con ilusión, en los días finales del curso escolar. Era el día de la provisión para el año agrícola que comenzaba, a modo de inauguración, el 29 de junio. El agricultor acudía aquel día a la capital para adquirir aquellas herramientas que necesitaba para las tareas del verano que se echaban encima. Se trataba de las herramientas manejables que se compraban en Zamora. Los trillos, elemento esencial en la tarea importantísima de moler las cañas del cereal y separar el grano de la paja, no eran objetos que pudieran llevarse unos kilómetros a lomos de una caballería. Recuerdo aquellos carros, procedentes de Ataquines, en la lejana campiña vallisoletana liderada por Olmedo, que, cargados de trillos, recorrían los pueblos de mi provincia ofreciendo su valiosa mercancía y solucionando la preocupación de los agricultores por un instrumento fundamental en las tareas que se llevaban a cabo en las eras del pueblo. Los más pudientes se desplazaban al lejano Casasola de Arión (también vallisoletano), donde adquirían la máquina que resolvía en poco tiempo los trabajos de limpia y separación definitiva del grano y la paja, dejando al primero en montones en los que el agricultor lo ensacaba para llevarlo al granero de la casa. En la feria zamorana se adquirían los "rastros", tornaderas, palas y otros instrumentos que se utilizaban en la era, el pajar y el granero.

Y el día de San Pedro servía para otro menester importante: los agricultores pudientes que no podían resolver las necesidades de sus tareas personalmente, ni por medio de sus familiares "caseros", se surtían del personal necesario contratado el día de San Pedro para todo el año. Aquel personal, que se denominaba "criado", permanecía en la casa del "amo" y efectuaba todas las tareas que exigía la agricultura, desde arar para sembrar a continuación, aricar, mantener limpios los sembrados a lo largo del año, recoger lo que se había segado, acarrearlo y encerrar el grano en el granero y la paja en el pajar. A veces estos "criados" duraban años en la misma casa. Otras veces rompían su contrato, por decisión del criado o del amo. En aquellas tierras, seguidoras de estas costumbres, se hacía referencia al 29 de Junio y a estas despedidas las llamaban "hacer San Pedro". Y, tan grande era la influencia de lo agrícola en la vida general, que se llamaba "hacer San Pedro" a la despedida voluntaria de cualquier empleado. Si alguien abandonaba su trabajo, se decía: "hizo San Pedro". En la agricultura zamorana se tomaba como "una empresa" lo que ocurría en las casas pudientes. Me contaba mi abuelo materno que un señor terrateniente, cuyos terrenos estaban allá por Villagodio, tenía varios criados y cuando éstos le decían: "Amo: hoy no hemos arado toda la tierra de la jornada", el amo contestaba: "No hay que preocuparse. Todo queda en casa; lo que pierde el amo lo ganan los bueyes". La tarea era una empresa en la que tomaban parte: el amo, los criados y los bueyes.