Zamora vive ya inmersa en las ferias de San Pedro después de unos prolegómenos marcados por la triste polémica protagonizada por un colectivo, la peña Trimbeles, cuyos integrantes han sido expulsados de por vida desde la Concejalía de la Juventud del Ayuntamiento de Zamora de las actividades oficiales relacionadas con las fiestas. La causa, la lamentable e intolerable actitud de varios integrantes de dicha peña como respuesta a una iniciativa de otro colectivo, integrado por mujeres, que ha formado grupos para prestar ayuda como servicio de prevención ante posibles agresiones sexuales durante las actividades festivas.

Parece increíble que en esta ciudad, en apariencia tranquila y pacífica como es Zamora, donde los padres confían en que sus hijos estarán más a salvo de los peligros que los acechan en una gran ciudad, existan actitudes que merecen todo el castigo de la Ley. Pero las muchachas de Toffana, que salen estos días a la calle con un brazalete morado como distintivo, aseguran que todos los fines de semana se producen agresiones sexuales a jóvenes y, por ello, están dispuestas a promover la primera barricada contra este tipo de delitos. Las víctimas de los asaltos son chicas, en su mayoría, que casi nunca denuncian ante la Policía abusos, que se producen, especialmente, en contextos donde manda el exceso en el consumo de alcohol, demasiadas veces con menores como protagonistas. Esa es la fácil excusa que muchas se veces es utilizada cada vez que se pierde por completo el principio que debe primar en cualquier actividad, ya sea de ocio o de cualquier otro tipo: el respeto hacia el otro, único marco cívico en el que puede desarrollarse el ejercicio del derecho a la libertad.

Que un grupo de jovencitas esté dispuesto a velar por ese principio, en reivindicación también de la igualdad entre hombres y mujeres, es un hecho loable. Aunque lo que resulta ineludible es la actuación de las autoridades para vigilar que no se produzcan este tipo de comportamientos. Y aún más urgente, analizar en qué estamos fallando las familias, el sistema educativo, para que siga germinando el trato vejatorio contra otro ser humano por su condición de sexo. Hablamos de jóvenes que frisan la veintena de años y que aún confunden, al peor de los viejos estilos, el humor con la vejación. Difícilmente podremos erradicar la lacra de la violencia de género que cuesta cada año la vida a docenas de mujeres en toda España si los ciudadanos no somos capaces de volver la espalda de forma contundente a ese tipo de actitudes. Solo en Zamora el año pasado se presentó casi una denuncia diaria por malos tratos en los juzgados y asusta comprobar cómo patrones que deberían ser cosa de la crónica más negra del pasado se repiten entre las nuevas generaciones, las que, en teoría, han tenido acceso a una mayor educación.

Las redes sociales podrían ser un aliado a la hora de concienciar a la población para construir entre todos una sociedad más justa e igualitaria, donde se fomentaran los valores que defienden los principios más sagrados de cualquier democracia. Tenemos ante nosotros una ardua batalla para evitar que Internet sirva de soporte a los indeseables, a quienes fomentan la violencia de cualquier tipo. Porque tampoco hay que olvidar que en esa misma matriz cibernética donde se produjo un claro ataque machista, hubo reacciones de condena y de raciocinio, pero también quienes respondieron a un mensaje violento con más violencia, un comportamiento igualmente condenable.

Estos días, presididos por el espíritu festivo que saluda la llegada del verano, son también idóneos para mostrar que la diversión no tiene por qué llevar aparejada la peor cara del ser humano, que la fiesta es también mostrar el espíritu generoso y de concordia que caracteriza a la mayoría de la población. Una mayoría a quien corresponde cercar todo tipo de comportamiento violento y en particular los que atacan la integridad física y moral tanto de mujeres como de hombres. Si se producen agresiones deben ser puestas en conocimiento de las fuerzas del orden y de la autoridad judicial. Que la vergüenza que, muchas veces, atenaza a las víctimas, sea la losa que deje caer la sociedad sobre aquellos que denigran y maltratan a sus semejantes. Tengamos la fiesta en paz y disfrutemos de un San Pedro sin sobresaltos.