Atodos nos ha conmovido el asesinato en Londres el pasado 3 de junio del joven español Ignacio Echeverría por su actitud heroica al auxiliar a un policía británico que estaba siendo acuchillado. Otros muchos intentaron huir del escenario, como es lógico y normal en casos similares. Él no lo hizo, porque sintió la necesidad de amparar al prójimo ultrajado. Como sabemos, este gesto audaz le costó la vida.

Quién más, quién menos ha reflexionado sobre este hecho espontáneo y altruista, que no suele ser habitual en grandes ciudades en las que casi nadie se conoce. Es, por eso, especialmente significativo, para comprender que existen personas de talla excepcional.

He tenido la osadía de redactar un pequeño relato como homenaje a Ignacio Echeverría y que he titulado "El monopatín y la sonrisa de Dios". Dice así:

Anunciaron los ángeles que un joven heroico atravesó las nubes en un monopatín y Dios le preguntó:

-¿A qué has venido tan pronto?

Le respondió el joven ensayando un ollie portentoso:

-A jugar.

-¿Y esa mancha de sangre en el skate?

-Gracias a ella, Señor, he saltado tan alto.

Aseguraron los ángeles que Dios le sonrió."

Además de la audacia de Ignacio Echeverría, me ha impresionado la reacción de su familia: han apoyado su actitud, no han pronunciado ninguna palabra de odio hacia sus asesinos y han anunciado que dedicarán el importe de la indemnización del gobierno británico y del seguro de su empresa a financiar una escuela de patinaje en Palestina y una iglesia en alguna misión africana donde trabajan los Misioneros Combonianos.

Me consta que la familia de Ignacio está vinculada desde hace muchos años a estos misioneros, como suscriptores de las revistas "Aguiluchos" y "Mundo Negro". La primera cumple ahora sesenta años de existencia; la segunda se edita desde 1960. En ambas se ha inculcado, entre otras cosas, el respeto y la solidaridad con los pueblos africanos, no por paternalismo, sino por justicia.

Sé de qué hablo, porque en la revista "Mundo Negro" he trabajado durante 42 años (de 1966 a 2008, fecha de mi jubilación), 28 de ellos como redactor-jefe. Esto me permitió realizar viajes a varios países africanos, para conocer de cerca a muchos de los pueblos que viven en África y comprobar el trabajo que realizan los misioneros en los lugares más apartados y casi siempre inhóspitos del continente. Puedo asegurar que los misioneros son la mejor avanzadilla de la Iglesia y que como tales son apreciados por la gente tanto de allí como de aquí.

Al ayudar a los Misioneros Combonianos a levantar una iglesia en alguna de sus misiones, la familia de Ignacio está colaborando con toda la Iglesia misionera. He visto y entrevistado a muchos misioneros -y no solo combonianos- en África. Las iglesias no solo son lugares de culto, que demandan los nuevos cristianos, sino también espacios para la formación humana y profesional. En todas las misiones, incluso las más apartadas, hay una capilla, una escuela y un dispensario.

El verbo que más conjugan los misioneros es "compartir", y lo viven desde el respeto y la igualdad. No hay que sorprenderse, por eso, de que una familia cristiana española nos haya dado estos ejemplos de solidaridad o fraternidad, tanto da. Lo más importante es el testimonio de unas personas, hasta ahora anónimas, que nos han hecho sentirnos orgullosos de pertenecer al género humano.