Un veterano socialista español se dolía, mientras paseaba por París, de la deriva de su histórico PSOE, con toda la antigua nomenclatura desposeída de la marca, en manos ahora de una militancia invertebrada y algo caótica. En ese momento, por un azar del destino, se topó con un viejo conocido, dirigente del Partido Socialista Francés, hoy sin cabeza y al borde la la extinción, quién le preguntó, admirativamente, cómo lograban en España sobrevivir y adaptarse a los tiempos de la democracia directa, en la que un representante está mal visto por el mero hecho de serlo. Reconfortado así el español, invitó al francés a tomar un café en una terraza a la sombra, y charlando de una cosa y otra se consolaron entre ellos recordando al inexistente, y otrora crucial, Partido Socialista Italiano, mientras calcaba el sol de final de primavera, mostrando la inexorable verdad del cambio climático.