Hace algunos años, paseando con mi hija Gala, quien me dio la idea de estas líneas, por los Jardines de Puerta Oscura de Málaga, al cruzar la avenida, nos llamó la atención que el muñequito que nos daba paso en un semáforo, un hombrecito con sombrero, heredero, sin duda, del Ampelmännchen icónico alemán, cuando faltaban pocos segundos para que cambiara a rojo aceleraba considerablemente el paso en una invitación, dedujimos, a que los peatones nos apremiáramos al cruzar. Desde luego, un servidor, que por aquel entonces gozaba de sendas lesiones en las dos fascias plantares, no tuvo atisbo de sentirse ofendido por la invitación a acelerar el paso, dificultoso, como podrán imaginar, y, tampoco creo que ancianos o usuarios de sillas de ruedas, por ejemplo, se sintieran menospreciados. Tampoco hicimos una valoración de cuánto podía costar la idea de acelerar al muñequito, aunque deduzco que poco.

Viene este exordio a las reacciones que ha habido estos días, sobre todo en las redes sociales, a la decisión del ayuntamiento de Madrid de, con motivo del WorldPride 2017 (vamos, el día del Orgullo Gay) colocar en algunos semáforos pictogramas que representan mujeres solas, parejas hetero y parejas homosexuales, adelantando que también se pintarían algunos pasos de peatones (los popularmente conocidos como de cebra, y espero que ninguna asociación animalista se enoje por ser animal tan poco hispano) con el arcoíris, símbolo del Orgullo.

De justicia es reconocer que cada decisión o declaración de la señora Carmena levanta la polémica, y esta no podría ser de otro modo, pese a que ciudades como Londres o Viena los tengan ya desde hace tiempo e incluso en España, localidades como San Fernando, Valencia o Jaén tengan semáforos igualitarios o paritarios, y poco ruido ha habido. Así que no seré yo quien me sume al escarnio de la alcaldesa madrileña, aun reconociendo no ser baladíes los 21.000? que han costado. Pero sí que me levanta ampollas, venga de Carmena o de Sadiq Khan, alcalde de Londres, la construcción de una falacia en torno a un episodio que bien podría pasar como meramente simpático. Porque no es otra cosa que una falacia justificar los nuevos pictogramas como una forma de reconocer la diversidad real, o de fomentar la inclusión, o el respeto a los grupos desfavorecidos, o, en el colmo de la extravagancia, aludir, como hacía Inés Sabanés, a los nuevos pictogramas como "una seña de identidad de Madrid", eso, así y sin más, y que el oso (más bien osa) y el madroño se vayan al carajo, que ya tenemos nuevos símbolos.

Y esto es lo indignante, pretender colgarnos la medalla de la lucha sin estar en el verdadero campo de batalla. Ojalá bastara cambiar al hombrecillo del semáforo para sabernos en una sociedad igualitaria, paritaria, justa y respetuosa, porque entonces poco parecería el esfuerzo y el dinero invertido en el muñequito. Pero como no es así, entonces más valiera hacer esa inversión de ingenio, y también de euros, en la protección efectiva y digna de los derechos de cualquiera de los ciudadanos que se hallan en la divergencia desfavorecida, sea esta por la condición u orientación sexual, o, sencillamente, por la edad. Porque envolver en la bandera de la lucha por los desfavorecidos lo que, al menos en el ayuntamiento madrileño, no es más que una nueva contribución a la celebración del día del Orgullo, discutible o no, es falaz y, sobre todo, indigno.

Luis M. Esteban Martín