Estaban sentados en una explanada cubierta de hierba, salpicada de flores silvestres de manera arbitraria, pero suficiente para dejar sentir la primavera. Desde allí, podían ver, tras una sencilla valla de piedra, el desafiante ábside de siete capillas del Monasterio de Moreruela.

En tan idílico paraje, la historia corría ante sus ojos como una ola invisible. Solo, a intervalos, el sonido que provenía del gorjeo de los pájaros y los chasquidos de fondo provenientes de las hojas y las ramas, al ser pisadas, ayudaban a romper un poco la quietud reinante.

Se podían identificar algunos aromas que no habían vuelto a inhalar desde la infancia, en aquellos años en los que el viento los movía caprichosamente, de un lugar a otro, en el bosque de Valorio, estimulándoles los sentidos. Eran momentos mágicos que unas veces parecían misteriosos y otros portadores de algún mensaje.

Entre pétalos de amapolas y aroma de margaritas acertaron a escuchar una conversación que, en la medida que pasaban los minutos iba adquiriendo tintes no demasiado cordiales. Y es que la joven que formaba parte de aquella pareja, pues quienes discutían parecían una pareja, defendía a capa y espada el culo que ilustraba el cartel de la Feria del Libro de Zamora, mientras su pareja se empecinaba en defender justo lo contrario.

Los observadores de aquella escena nunca pensaron que, a estas alturas de la película, la imagen fotografiada de un culo pudiera dar para tanto, pero, al parecer, el objeto de discusión no era el culo en sí mismo, ya que un culo prieto y bien formado siempre resulta atractivo para ellos y ellas, para heteros y homos, para mayores y pequeños, sino su circunstancia, la de tratarse de un culo femenino. Una fotografía de un culo que estaba levantando más debate que el museo de Semana Santa, ya que, además del pueblo soberano, algunos políticos de Podemos e IU se habían manifestado al respecto. Quizás fuera porque la clase política se aburre, o porque tienen pocas cosas importantes de las que preocuparse, o no le satisface demasiado su cometido. De manera que aprovechan cualquier oportunidad para demostrar que existen y, ya de paso, salir en los periódicos.

Pero claro, es que siempre hay quienes gustan confundir el culo con las témporas, y les parece que llevar un paraguas en un partido de tenis o un ramo de flores en el Tour de Francia es una muestra de machismo. Sin embargo, no dicen ni pio cuando sale algún anuncio en el que Moyá aparece en pelotas promocionando la cerveza Cruz Campo, o las navideñas burbujas de Freixenet, o la tenista Serena Williams y sus jadeos, o Rafa Nadal y Ronaldo anunciando calzoncillos.

Parece ser que la barrera que separa el uso correcto del cuerpo, del abusivo o indebido, se encuentra en el dinero que ingresan los protagonistas. Así, si la o el modelo está forrado nadie dice ni pio, pero si se trata de chavales recién llegados a ese sector, y por tanto desconocidos, pueden empiezan las críticas. Vamos que un anuncio será machista o abusivo de manera inversamente proporcional a los metros cuadrados de su chalet en el lago, como,al número de caballos de su deportivo, o a la eslora del yate del o de la protagonista.

Pues eso, que no se entiende que con la cantidad de problemas que están cayendo, todos los días, sobre los contribuyentes, un hecho tan nimio como el del ya famoso culo esté dando tanto que hablar.

Ante tal situación, aquellos dos observadores, testigos de la discusión sobre nalgas y libros, decidieron obrar igual que Cosimo, el protagonista de "El Barón Rampante", y decidieron pasar el resto de sus vidas encaramados en las ramas de los árboles, sin pisar la tierra, hasta que los monjes Bernardos, de la Orden del Cister, lleguen a rescatarlos.