Dicen que la oveja tira al prado y la cabra al monte. Un servidor se siente más oveja, por genes y geografía. De ahí que cuando voy a Madrid tiro derecho al "Prado Museo" donde hay pasto inacabable de arte y deleite. En la gran pinacoteca nadie deja de entrar en la sala de Las Meninas, el famoso cuadro de Velázquez que en realidad se titulaba "La familia", en concreto la de Felipe IV. La pintura por sí sola puede reunir una biblioteca de estudios y publicaciones que la alaban y analizan. Es el gran selfie de la historia del arte, antes de la fotografía. Todo un atrevimiento del pintor de cámara que se retrató en las estancias del rey con la pose digna de un monarca, creando una composición novedosísima al tiempo que lograba una naturalidad en los personajes que hoy nos descoloca; como tal parece estar, pero sin estropear el conjunto, el enano Pertusato al que Velázquez congela el puntapié dirigido al mastín del palacio (otra genialidad del pintor al poner en primer plano la mascota indicando el señorío e importancia de animales y bufones en la corte que, por contra, exigía la máxima etiqueta). Todo se nos muestra tan casual e instantáneo que hasta los reyes, que pasaban por allí, quedaron retratados, en esbozo, en el cristal de un espejo.

Con retrato seguimos pero ahora literario de un rey muy anterior, Alfonso X. El apelativo de "el sabio" lo ganó sobradamente por el conjunto de las obras que promovió desde su escritorio real en áreas tan diversas como música, literatura, derecho, ciencia, historia etc. Un monarca que, contra costumbre, ejercitó la mano para la cultura cuando lo común era adiestrarse para el manejo de la espada. Para honrar su memoria acaba de celebrarse en la Biblioteca Nacional el aniversario de la publicación de la "Estoria de España" en una exposición que llevaba por título: "El hallazgo del pasado". Dicha obra, escribe Enrique Jerez en el programa de mano, supuso el mayor esfuerzo de nuestras letras medievales por transmitir el relato del pasado hispánico. Hasta nosotros han llegado copias y refundiciones manuscritas e impresas; de las últimas descuella la que se encargó de editar- un zamorano de pro, Florián de Ocampo, cronista que fue del emperador Carlos V- con el siguiente epígrafe: "Las cuatro partes enteras de la crónica de España que mandó componer el serenísimo rey don Alfonso llamado el Sabio".

Pero como si de una mueca injusta se tratase, el brillo de la obra científico-cultural del rey contrasta con el embrollo trágico familiar que le tocó vivir, por lo que bien parece que en la mencionada Estoria quería proyectar, como si se tratase de compensación afectiva, los mejores sentimientos y afectos para con la tierra-patria bajo su gobierno: "Entre todas las tierras del mundo, España ha una extremanza de abondamiento o de bondad más que otra tierra ninguna... España es abondada de mieses, deleitosa de fructas, viciosa de pescados, sabrosa de leche e de todas las cosas que della se facen; llena de venados e de caza, lozana de caballos, provechosa de mulos, segura e bastida de castillos, alegre por buenos vinos, folgada de abondamiento de pan, rica de metales de plomo, de estaño, de argent vivo, de fierro, de arambre, de plata, de oro... alumbrada de cera, complida de olivo, alegre de azafrán...".

Cabría hacer un examen colectivo de lo que va quedando de aquella rica España que amaba con tanta deleitación el rey sabio y de paso si los poderes públicos demuestran que "obras son amores y no buenas razones". En algunos casos y terrenos puede que tenga razón el dicho de que cualquier tiempo pasado fue mejor. No se trata de idealizar ni ponernos nostálgicos pero sí de ponernos a leer el pasado para no dar nuestro discurso actual en permanente saldo. Lo que sigue siendo verdad es que todo está en los libros. La Feria es ocasión propicia de comprobarlo.