Por si alguien albergaba aún la mínima esperanza de que Donald Trump dejara de guiarse esta vez por su egoísmo y atendiera a la razón científica, su decisión de sacar a su país del acuerdo de París sobre el cambio climático la ha disipado totalmente.

La personalidad narcisista a la vez que inmadura del actual presidente de Estados Unidos, unida a su más que supina ignorancia, hace que sea no ya difícil, sino imposible llegar con él al mínimo compromiso en ese como en cualquier otro asunto que afecte al planeta.

Acostumbrado siempre a ganar, lo mismo da que se hable del comercio mundial que del futuro de la Alianza Atlántica o de la fusión de los glaciares, al despótico Trump sólo le preocupa obtener en todo lo que acomete la máxima ventaja sin que le importe un bledo todo lo demás.

El eslogan con el que llegó a la Casa Blanca -"Make America great again" (Haced grande otra vez a América)- tal vez les pareciera a los más optimistas sólo una treta electoral que felizmente olvidaría una vez colmada su ambición política.

Pero no ha sido así: a Trump le trae sin cuidado tirar por la borda acuerdos internacionales que considera lesivos para los intereses de esa América de la que habla y presentar como imbéciles a quienes le precedieron al dejarse engañar por sus rivales económicos y comerciales.

Conviene no interpretar esa obsesión malsana por culpar a todos los demás del declive del llamado "Rust Belt", los Estados donde se concentra la industria pesada del país, como un simple repliegue nacionalista porque lo que pretende Trump es inaugurar una nueva era de hegemonía económica en la que su país sea siempre ganador.

De ahí que sus principales enemigos sean sus más directos competidores, Alemania y China, cuyas políticas económicas considera directamente responsables de la suerte adversa de los trabajadores norteamericanos a los que dice defender.

Dice defenderlos mientras lo desregula todo, desde las finanzas hasta las industrias que más contaminan, rebaja los impuestos a los multimillonarios y trata de arrebatar beneficios sociales a los más desprotegidos, de los que demagógicamente se ha erigido en portavoz.

¿Qué le importa a Trump que mientras tanto se fundan los hielos polares, suba el nivel de los océanos o aumente la desertización?

Hay que dudar en primer lugar de que el especulador inmobiliario que es tenga la suficiente imaginación para prever el estado del mundo en el que, si hay suerte, vivirán sus nietos.

El futuro del planeta es algo demasiado importante como para dejarlo en manos de Trump. ¡Abandonad con él toda esperanza!