Soy una persona muy afortunada por infinidad de razones. Una de las que más influye en mi bienestar personal es la relación que mantengo con mis estudiantes, tanto en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Salamanca como en el Programa de la Universidad de la Experiencia o en otras actividades académicas de carácter más puntual en ámbitos y lugares muy diferentes. Por eso hoy quiero que esta columna sea un pequeño homenaje a todos los alumnos con quienes he caminado durante tantos años (¡leches, ya son muchos!) en los distintos escenarios que hemos compartido juntos. Y digo "que hemos compartido juntos" sabiendo lo que significa el verbo compartir en el apasionante mundo de la enseñanza. Quienes nos dedicamos en cuerpo y alma a estos menesteres sabemos que compartir el tiempo con personas a lo largo de muchas semanas en un aula o fuera de ella en actividades complementarias es mucho más que transmitir unos conocimientos, preguntar en clase, examinar de vez en cuando y poner unas calificaciones finales.

Compartir el tiempo con los estudiantes, indistintamente de las edades o de las asignaturas que impartas, implica una experiencia vital que, si no se prueba, es difícil describir con palabras. Que unos estudiantes se interesen y muestren atención por lo que un profesor cuenta en las aulas y que, al mismo tiempo, el docente muestre disposición por conocer no sólo los intereses académicos de los "pupilos", que dicen algunos, sino también sus circunstancias personales, las frustraciones y los miedos que les acompañan en la vida e incluso las ilusiones y los sueños de futuro, es algo grandioso que no siempre se logra en el complejo mundo de la enseñanza, donde suelen convivir métodos y prácticas de trabajo diversas y, a veces, hasta divergentes. En cualquier caso, mi experiencia docente no puede ser más fabulosa: lo era cuando aterricé, hace ya muchos años, en la Universidad de Valladolid, donde el estreno en la nueva aventura solamente duró tres meses, y, desde entonces, en la que ya es mi segunda casa: la Universidad de Salamanca.

Espero que muchos de mis estudiantes, de antes y de ahora, se reconozcan en estas palabras y revivan lo vivido en las diferentes asignaturas que hemos compartido en las aulas universitarias: "Estructura social contemporánea", "Sociología rural", "Estructura social y desigualdades", "Políticas y estrategias de desarrollo local y territorial", "Política y sociedad", "Sociología general", "Estructura social y desarrollo rural", "Estructura socioeconómica castellano-leonesa". De ellos he aprendido y sigo aprendiendo tanto que sobran las palabras. Y lo emocionante es que cuando me reencuentro con antiguos estudiantes, es asombroso cómo recuerdan una actividad, un examen, una tutoría, unos gestos o incluso alguna regañina, que nunca faltan en el menú universitario. ¿Cómo se pueden pagar estas experiencias vitales? La verdad: ¡no tienen precio! Por eso, a quienes aún estáis con los exámenes finales, pero también a quienes habéis finalizado recientemente o ya no andáis por las aulas, muchas gracias. Lo que soy es, en parte, gracias a ustedes.