Fue tan grande la coincidencia que siempre me avivan el recuerdo cuando hablo de Soria. En cambio no recuerdo tan fácilmente otros dos viajes por tierras sorianas en los que no hubo lluvia. Éstos se debieron a un Congreso en la Rioja de las Casas Regionales en Madrid y en la visita a las Edades del Hombre en Burgo de Osma. Los verdaderos diluvios ocurrieron al asistir al Primer Congreso de Pueri Cantores en Zaragoza, allá por los años 50 y el bautizo de mi hija como conductora a finales de Junio de 1987. Relataré estos dos, porque son tan impactantes en el recuerdo como extraños en verano.

Se convocó en Zaragoza el Primer Congreso de Pueri Cantores, en Agosto de 1952 o 53. Decidimos asistir al mismo un grupo de los componentes de la Schola Cantorum del Seminario de Zamora. Como cada cual tenía que pagar sus gastos, sería festivo narrar la ingeniosa idea que llevamos a cabo, juntos, Miguel Manzano y yo para recabar los dineros necesarios, haciendo partícipes a su padre y a mi tío el Secretario. Pero conseguimos la cantidad necesaria y allá que nos fuimos muy contentos e ilusionados. La primera etapa del viaje fue de Zamora a Valla-dolid. Allí tomamos el tren por una ruta secundaria que iba de Valladolid a Zaragoza. Se desarrollaba todo de maravilla, hasta que el tren paró en un descampado entre las estaciones de Coscurita y Almazán, en la provincia de Soria. No fue una parada de algunos minutos; sino que estuvimos en aquel descampado varias horas. Fue aquél un incidente que, dada nuestra juventud y la anterioridad con que habíamos tomado la asistencia al Congreso, resultó placentero: Allí nos distrajimos y reímos mucho con todos los chistes que sabíamos los componentes del grupo. Nos reiríamos recordándolos con Emilio Santiago Lorenzo, por ejemplo. Se nos informó de la causa de la larga detención: Una fuerte tormenta, especie de diluvio, había ocasionado la rotura de la vía y era necesario que acudieran obreros de Almazán que volvieran la vía a sus condiciones de utilidad. Hasta que eso no ocurriera, ningún tren podía circular en aquel tramo. Al llegar a Zaragoza nos encontramos con que la organización del Congreso nos había asignado como residencia, no un hotel -como a casi todos los restantes congresistas- sino la pensión del señor Eugenio. Sin embargo el excelente trato de todo el personal de la pensión -tanto en alimentación como en los demás servicios y orientación por Zaragoza (cuando la necesitábamos)- hizo que nos felicitáramos al día siguiente cuando cambiamos impresiones con algunos otros alojados en hoteles de nombre reconocido. Pero lo ocurrido entre Coscurita y Almazán nos sirvió estupendamente para pasar en la habitación compartida una de las veladas más reidoras que recuerdo en todos los nueve cursos del Seminario. El Congreso, por otra parte, transcurrió normalmente con las actuaciones tanto de grupos extranjeros (Paris o Viena, por ejemplo) como por el conjunto en actuaciones de todos los congresistas, que llenamos el Pilar con nues-tras voces, distribuídas convenientemente en las cuerdas exigidas, según las partituras.

El segundo viaje, a muchos años de distancia, fue más familiar. Mi hija, que había esperado para examinarse a cumplir la edad reglamentaria, obtuvo (a la primera) su permiso de conducir, un jueves de finales del mes de Junio de 1987. Para celebrarlo con una especie de bautizo, decidimos ir a conocer Soria -desde Guadalajara- el domingo siguiente. Tal vez atendiendo a que conduciría una novata, fuimos por Jadraque, siguiendo una ruta no frecuentada y, al mismo tiempo, bastante defectuosa. Ya en la ciudad de Soria, el tiempo se puso algo "feo" y nos obsequió con un bonito rayo, que cayó a la vera de la ruta, cuando subíamos al cementerio para ver la tumba de Leonor dedicada por Antonio (Machado). Pero lo gordo vino después. Comenzamos el viaje de regreso a media tarde, decididos ya a regresar por Medinaceli y la carretera general nº II desde el empalme que hay cerca de aquella "alta" ciudad. Y, sin siquiera salir de la ciudad de Soria, nos sorprendió tal aguacero que nos impedía la visión de la carretera impidiéndonos la circulación. El vista de ello, entramos en el recinto de la estación de ferrocarril y allí esperamos un gran rato hasta que cesó la lluvia. El aguacero, consiguiente a una tormenta de verano, era tan abundante que llenó las calles de modo torrencial. Salimos de Soria y después no hubo problema alguno. La tarde veraniega nos deparó un viaje feliz y llegamos a Guadalajara alegres por haber conocido Soria y haber realizado aquel viaje de "bautizo" sin percance alguno y con la esperanza de pasar el próximo verano con mi "novata" hija llevándonos por todas las carreteras de Cantabria, cuando -a los pocos días- iniciáramos nuestra estancia veraniega a orillas del Cantábrico. Aquel viaje a la ciudad y el anterior con incidente de tren en terrenos de Soria me embargan el recuerdo cuando oigo su nombre.