El mes de mayo ha estado repleto de emociones, de esas que deben ser objeto de educación, como nos dijo el profesor César Bona que tuvo un lleno en el Ramos Carrión, demostrándose una vez más el interés de mis compas del aula, la tiza y demás nuevos artilugios de las TIC, que nos colocan a la comunidad y a la provincia en uno de los mejores niveles del sistema educativo de España. Como en Zamora estamos bien educados, hemos conseguido dominar algunas emociones políticas intensas.

Miedo, pánico, alivio, frustración, desprecio, anhelo.

Con miedo cercano al pánico vivimos las elecciones del vecino país de la "liberté, égalité, fraternité" y de la Revolución Francesa que nos introdujo en la histórica Edad Contemporánea, cuando estuvo a punto de ganar el neofascismo xenófobo y excluyente de Marine Le Pen. Con cierto alivio se saldó la pugna a favor de un tal Macron, no exento de la frustración que produce no saber qué representa políticamente porque no tiene ni un partido ni un grupo, ni una ideología, más allá de sí mismo. Algo que en política se desprecia como "populismo", pero que se anhela cuando no existe un líder carismático que tire del carro de los votos del pueblo.

Incertidumbre, desamparo, ira, euforia, abatimiento, anonadamiento, esperanza.

Como le ha sucedido al PSOE que, tras la incertidumbre de la gestora y el desamparo por la falta liderazgo, ha sido sometido a un intenso y airado debate entre los tres aspirantes a la secretaría general, no exento de sentimientos cercanos al odio y la revancha según se ha ido valorando a lo largo de la campaña de las primarias. Y que tras el resultado final ha dejado emociones encontradas entre la euforia del ganador Pedro Sánchez, el abatimiento de la favorita Susana Díaz, el alivio del tercero en discordia cuyo papel no se sabe a quién benefició de los anteriores, y el anonadamiento general de los votantes y militantes que esperan que un partido con más de cien años de historia sea capaz de recomponerse para ser alguna vez, yo espero que Socialista.

Sorpresa, oportunismo, intensidad, pena.

Con cierta sorpresa y acusaciones de oportunismo se está viviendo la que tendría que ser una de las emociones más intensas de la política, la moción de censura de Unidos y Podemos, porque podría suponer todo un cambio de gobierno. Aunque es una pena que no pueda llegar a conseguirse por falta de apoyos políticos.

Indignación, indignación, indignación.

La moción de censura, sin embargo, canaliza a una profunda emoción de indignación del pueblo por la corrupción del Partido Popular en todos los sitios que gobierna, de la misma manera que Podemos canalizó la indignación popular de las plazas del 15-M.

Escepticismo, frustración, cansancio, hartazgo, apatía, desmovilización.

El riesgo de la moción de censura es que su fracaso genere un estado de escepticismo hacia las soluciones políticas democráticas, y de todas las emociones negativas que he citado en el párrafo anterior.

Y que no quiero volver a escribir porque he decidido seguir los principios de la educación emocional que nos aconseja César Bona: "Cada niño es un universo. Todos los niños son extraordinarios y no basta con llenarles la cabeza de datos (...). Deben saber que si se proponen algo y luchan por ello, pueden conseguirlo, y que de ellos depende que el mundo sea un lugar mejor".

De ellos y de nosotros. Por eso en Zamora hemos vivido estas emociones de política general y las de denominación de origen: la certeza de la sequía, la resignación ante la pérdida de población, la añoranza de los pueblos desaparecidos bajo el agua de los embalses, la sorpresa del anuncio de mociones de censura en algún pueblo, la impotencia por no poder acabar con el agua contaminada en muchos de ellos, la rabia porque mantenemos a la fauna salvaje... Y la paradoja de que sigamos en el limbo digital y sin embargo, nos enteramos y emocionamos con todo lo que pasa.