Habiendo fallecido el rey Alfonso IX de León el 24 de septiembre de 1230, su viuda doña Berenguela mandó recado a su hijo Fernando III que acudiera con premura a posesionarse del reino de León.

Como las infantas doña Sancha y doña Dulce, hijas de la primera esposa del rey Alfonso IX, doña Teresa de Portugal, cuyo matrimonio había sido anulado por el Papa por razones de consanguinidad, habían sido declaradas por su padre herederas del trono de Castilla, doña Berenguela tuvo el valor de gestionar con la otra mujer la unión de ambos reinos en favor de su hijo Fernando.

El resultado fue que las infantas renunciaron a todos sus derechos, mediante una asignación vitalicia de quince mil doblas anuales cada una, firmando el tratado en Benavente el 11 de diciembre de 1230, para lo cual fue el rey Fernando a esta villa.

Los ricos -hombres y prelados del reino lo suscribieron, y para mayor solemnidad, acudieron las partes al Sumo Pontífice para que lo aprobase y firmase, haciéndolo el Papa Gregorio IX en Breve expedido en diciembre de aquel mismo año por el que recibía bajo su protección a las infantas y a los bienes que por escritura poseían.

Hubo cierto número de descontentos que escribieron al Papa recordándole que Castrotorafe era propiedad de la Silla Apostólica y no se había tenido en cuenta al fijar las condiciones de la Concordia de Benavente. Recopilando la historia del Castillo exponían que al nacer la Orden Militar de Santiago por los años de 1175 el rey había puesto en sus manos a Castrotorafe.

Al descubrir el Papa aquella omisión que tenía olvidada, excomulgó al Maestre de Santiago por haber abandonado Castrotorafe, y envió un comunicado al rey don Fernando quejándose porque el rey había dispuesto de una villa que no era suya. Don Fernando respondió al Pontífice diciendo que la villa y castillo de Castrotorafe continuaban siendo del dominio directo de la Santa Sede, con cuya respuesta se desvanecieron las nubes y el Papa no puso más dificultades.

En todo caso, gracias a la importantísima gestión de doña Berenguela, fue reconocido San Fernando en todo el reino y se unió, para no apartarse más, a los de Castilla y León, sin efusión de sangre, gracias a aquella señora que, después dar a luz al glorioso monarca, fue su segura guía y prudente consejera.