Se suele emplear esta expresión para describir al estado soberano que ha fallado en garantizar los servicios básicos, ha perdido el monopolio del uso legítimo de la fuerza, presenta altos niveles de corrupción y criminalidad, no es capaz de hacer cumplir la ley y padece una marcada degradación económica.

Les traigo esta mención a propósito de una persona que conocí hace un par de semanas. Nació en la capital de México, vive y trabaja allí y nos hemos encontrado gracias a la curiosidad de un familiar que le había conocido hace treinta y seis años haciendo turismo en Granada. Facebook puede propiciar reencuentros tan improbables como este. Se trata de un señor muy formado, con un doctorado por la Universidad Nacional Autónoma de México, empleado en una empresa europea con importantes intereses en la zona. Pudimos hablar con detenimiento de aquel inmenso país, con maravillosos recursos naturales, reservas petrolíferas y multitud de atractivos turísticos. Se estima que tiene más de ciento veinte millones de habitantes, aunque los censos oficiales reflejan ocho millones menos. Allí no es obligatorio registrar al recién nacido, ni existe carnet de identidad. Algunas de estas peculiaridades propician que aquella república federal funcione con graves deficiencias. La riqueza está muy desigualmente repartida y cerca de la mitad de la población vive bajo la línea de pobreza nacional. De la población económicamente activa, menos de la mitad trabajan legalmente, el resto lo hace en la economía sumergida, sin control oficial y sufriendo todo tipo de abusos. Así, las cifras sobre paro y demás datos laborales tienen poco que ver con la realidad. Es ilustrativo de la misma, el hecho de que nuestro amigo tenga un sueldo treinta y cinco veces el salario mínimo interprofesional. Nos dice que le permite vivir como lo hace cualquier familia de clase media en Europa. Hay un auténtico abismo entre ricos y pobres que en los últimos años sigue incrementándose. Los servicios sanitarios y de atención social son más una declaración de intenciones que una realidad; de mala calidad y dejan fuera a millones de personas.

De nuestras conversaciones, recuerdo con nitidez la aceptación resignada por este hombre culto y cosmopolita, de la "mordida". Ese dinero que disimuladamente se da a cualquier empleado de la administración pública para que te atienda. Se entiende cuando conoces los míseros salarios que tienen, nos comenta. También los policías, de cualquier cuerpo, que pueden parar tu vehículo y armados de un extraño destornillador, pueden quitar la matrícula de tu vehículo si no andas presto con la mordida. Quinientos pesos era la propina ajustada en el estado de Guanajuato cuando visité aquellas tierras. Han pasado más de treinta años y no puedo olvidar al agente de trafico que, viniendo por detrás del Volkswagen cucaracha que me había dejado una familia amiga, golpeaba con su bota una intermitencia para decirme que me debía denunciar por llevarla rota. Estaba avisado, me tragué la rabia y extendí mi mano con un billete doblado en ella para saludar al policía. Lo tomó con soltura y sonrió para decirme: "que no vuelva a pasar, gachupín, ¡ándele!" Otro tanto me ocurrió en la misma secretaría de la universidad de Guanajuato. Debí dar la mordida al conserje para que me llevara al departamento de un profesor de Metafísica. Lo hizo y trabé buena relación con el profesorado. Pude trabajar con ellos algún tiempo, pero después de cinco semanas, aquel país se me hizo irrespirable. No sólo por el pegajoso calor de El Bajío. También pude notar la inseguridad en las calles, y eso que todavía el narcotráfico no estaba en pleno auge, la injusticia más palmaria con los campesinos e indígenas, tratados como esclavos por la clase alta, la corrupción en todos los estamentos públicos o privados y una desigualdad social hiriente.

Me dice nuestro ocasional turista capitalino que hoy, todo eso que le cuento, está un poco peor, maleado por los cárteles de la droga y una administración pública incapaz de garantizar la seguridad a la población. Un último caso leía en la prensa, relataba un suceso en el estado de Puebla: dos patrullas del ejército que acudieron alertados porque se estaba robando gasolina del oleoducto que pasa por la zona, fueron recibidas a balazos. Murieron cuatro militares y seis personas más. Los agresores llegaron a utilizar a niños y mujeres como escudos humanos. Otra vertiente más del poder de los narcos, que también se financian robando combustible. Son los "huachicoleros".

No está México en las listas oficiales de estados fallidos, aunque sí aparece en la de países "en peligro". Lo mismo que lo está Venezuela, a pesar de que su presidente, el fantoche Nicolás Maduro, afirmara vociferando hace unos días que "México se ha convertido en un estado fallido a merced de la violencia, la desigualdad y el narcotráfico", arremetiendo contra los países que mostraron preocupación por la crisis venezolana. Sigue buscando culpables de los males que afectan a su país fuera del mismo, se equivoca. Él y sus secuaces tienen la responsabilidad de la nefasta gestión que empobrece Venezuela.

Lejos estamos en España de unos y otros, todavía no aparecemos en ninguna lista, pero ya nos advierten desde la Unión Europea que nuestro Estado está fallando en la persecución de la corrupción. Atentos.