No sé si se saben ustedes (yo me enteré anoche) que el PSOE celebra hoy elecciones primarias. Y que se presentan tres candidatos que han dedicado las cortas precampaña y campaña (más o menos siglo y medio de duración) a lanzarse piropos, ditirambos y loas y a echarse flores que para sí quisieran los enamorados al estilo Romeo y Julieta. Pues, oiga, aunque la noticia haya surgido de repente, sin que se filtrase a los medios de comunicación, que no han dedicado ni un minuto al evento, los socialistas tienen este domingo lo que los finolis llaman una cita con las urnas, que otros reducen a un simple "ir a votar". Y allá que irán los afiliados al PSOE que lo deseen y que tengan claro si prefieren a Susana, Pedro o Patxi u optan por el voto en blanco, el nulo o la abstención. Lo tendrán difícil, porque, ya digo, apenas si se ha hablado de estos comicios. Han pasado tan desapercibidos que, por ejemplo, usted le enseña al señor Lisardo fotos de los tres aspirantes y no sabe distinguir quién es Patxi, quién es Pedro y quién es Susana (bueno, en este caso, sí).

Y de esta manera, con tanta oscuridad, los sociatas, y el país entero, se preparan para una elección que, sea la que sea, traerá cola. Ojalá me equivoque, pero creo que, gane quien gane, perderá el socialismo, al menos entendido al clásico modo, es decir de Pablo Iglesias, el patriarca, para acá pasando por todas las vicisitudes habidas y por haber en su siglo y pico de existencia. Lo digo porque me parece que, visto lo ocurrido en la interminable campaña, va ser muy difícil soldar lo que se ha roto a base de descalificaciones personales, insultos, agravios, ánimos de venganza, amenazas de futuro?Y esa fractura podría traer un cisma que condujera al partido a una posición cuasi marginal como ha ocurrido en Grecia y Francia y puede suceder en Gran Bretaña.

¿Pesimista? Me gustaría no serlo, pero los antecedentes más cercanos me hacen dudar mucho. He conocido bastantes crisis internas del PSOE (locales, provinciales, regionales, nacionales), mas nunca hasta el extremo que ha alcanzado esta división, jaleada, además, por propios y extraños. ¡Mira que tiene el PSOE gente bragada, con experiencia, con autoritas para ser escuchada! Pues bien, casi ninguno ha llamado a la reflexión, a la tranquilidad, a la sensatez, al sosiego. Casi nadie se ha ofrecido a tender puentes, a limar asperezas, a acercar posturas. Al contrario, cada cual se ha reafirmado en sus posturas y, al hilo de la eterna campaña, ha ido radicalizando su posición hasta llegar al sopapo al rival. Nada demasiado nuevo (la historia del PSOE está llena de navajazos internos), pero sí muy preocupante por la dimensión que han alcanzado las batallas y, sobre todo, por lo que puede afectar al futuro.

Bajo estas premisas, las preguntas son obligadas: ¿Qué puede pasar mañana?, ¿hacia dónde girará el PSOE?, ¿qué estrategia nos vamos a encontrar, la de mirar a Podemos o la de mirar hacia el centro, la de la moderación y el pacto o la del puñetazo en la mesa? Repito, nada nuevo. Basta recordar, por ejemplo y salvando todo lo salvable, la guerra entre Indalecio Prieto y Largo Caballero (decía Tarradellas que la II República fracasó por los líos en la Federación Socialista Madrileña) o las fuertes diferencias entre Felipe González y Paco Bustelo, que llevaron al primero a dimitir de su cargo de secretario general. Felipe ganó con claridad el siguiente Congreso Extraordinario y el PSOE acabó renunciando al marxismo para emprender un camino hacia la socialdemocracia que condujo a las victorias del propio González y, más tarde, de Zapatero.

Si entonces, en aquel momento clave de dejar atrás el marxismo, no se rompió el PSOE, ¿se puede romper ahora cuando parece que no afloran diferencias ideológicas tan fuertes como antaño? No es fácil dar una respuesta porque se oponen dos factores. Por un lado, la fortaleza histórica del PSOE, la lealtad de sus miles de militantes, su capacidad para superar adversidades, y, por otro, la dureza de los torpes e innecesarios enfrentamientos dialécticos entre Susana Díaz y sus huestes y Pedro Sánchez y sus mesnadas, las cataratas de insultos que hacen muy complicada la recuperación de la amistad y del empuje común.

Sin embargo, y pese a lo anterior, conviene confiar en los miles de socialistas que, voten a quien voten, quieren continuar en su partido y no renuncian a que siga jugando un papel esencial en la historia de España. ¿Se imaginan una democracia española sin el PSOE como uno de sus baluartes, bien en el gobierno, bien en la oposición? Yo, no. Por eso pienso que las elecciones de hoy son bastante más que las primarias de un partido. Espero que lo entiendan hasta los que, de un lado u otro, consideran al PSOE su enemigo.