El pasado miércoles una máquina excavadora echó abajo las paredes de un negocio centenario adosado desde siempre a la Muralla. La expectación despertada por el derribo superaba con mucho el adiós a un viejo taller de reparación de bicicletas. Se trata del primero de siete edificios que serán eliminados para poner en valor los muros medievales que envolvían la ciudad originalmente. De hecho, el alcalde de Zamora, Francisco Guarido, ha fiado buena parte de su mandato a esta tarea con un claro objetivo: ofrecer un aliciente más a los turistas, el esperado motor económico que no termina de encenderse.

El referente más obvio está a 170 kilómetros de la capital. Ávila ha interpretado como ninguna otra ciudad la necesidad de asociar su imagen a un referente universal. Las murallas más populares del país generan más de 250.000 visitas cada año y se convierten en una inyección económica decisiva. La ciudad de Santa Teresa plantea al turista la oferta más preciada: un plan. El recorrido a pie sobre el recinto militar de época románica permite disfrutar de extraordinarias vistas sin prisa, durante toda una mañana o una tarde, procurando una atractiva experiencia.

La conservación del antiguo lienzo de piedra y su puesta en valor justificó en 1985 la inscripción del monumento en la lista de Patrimonio Mundial de la Unesco. En realidad, Castilla y León aprovechó el viento a favor en la década de los ochenta para conseguir idéntico reconocimiento para los conjuntos históricos de Salamanca y Segovia, además de la Catedral de Burgos. Zamora, la ciudad con mayor concentración urbana de bienes románicos del país, no apareció. Tuvo que conformarse con la declaración de bien de interés turístico internacional para la Semana Santa, en 1985. Resulta paradójico que la capital faltara a aquella cita cuando la Unesco priorizaba los monumentos y centrara sus esfuerzos en las expresiones inmateriales que ahora, en pleno siglo XXI, persigue con ahínco el órgano parisino.

El saldo actual, con poco más de 200.000 visitantes, es poco favorable a los intereses zamoranos. Solo Palencia y Soria reciben un volumen menor de turistas de forma anual. Las provincias con bienes inscritos en la lista mundial superan ampliamente esas cifras: Salamanca roza el millón de turistas; Burgos supera las 800.000 visitas; Segovia rebasa las 430.000 y Ávila, las 360.000. La promoción que procura la Unesco ayuda, es evidente, pero el problema de fondo sigue siendo el mismo: Zamora no ha sabido articular un discurso turístico ni rodear su original y valioso patrimonio de eso que sí ofrece Ávila, Salamanca o Burgos a los viajeros: un plan.

La encrucijada es tan evidente que las entidades y empresas que acaban de impulsar el ya célebre programa Zamora 10 incluyen en el decálogo de actuaciones cuatro que entroncan con una proyección turística: la construcción del nuevo Museo de Semana Santa, la creación de un centro de escultura sobre la figura de Baltasar Lobo, el diseño de un plan expresamente turístico y la solicitud a París de una complicada declaración de patrimonio mundial para el románico.

En este contexto, el Ayuntamiento prevé que en 2019 otros 300 metros de la Muralla quedarán a la vista, proponiendo al visitante uno de las experiencias más buscadas en estos tiempos: un viaje a la sugerente Edad Media. Zamora no conseguirá grandes resultados, sin embargo, si se limita únicamente a la recuperación del monumento. La ciudad debe articular de manera definitiva un discurso, una idea, una imagen atractiva y concreta a la que consagrar su futuro turístico. El magnetismo del románico, la belleza del lienzo medieval y la autenticidad de la Semana Santa son argumentos que para sí quisieran otras ciudades que obtienen mayores rentas con una materia prima de inferior calidad.

En la era de la globalidad, las comunicaciones y las redes sociales, Zamora tiene la oportunidad de proyectar una imagen singular, de diferenciarse. La ciudad debe apostar por un planteamiento realista, práctico e inteligente que provoque un efecto decisivo en la afluencia de visitantes. Ha de abandonar el anonimato turístico y dar un paso al frente ofreciendo lo que los viajeros imaginan y buscan en cada una de sus aventuras: un plan irrenunciable.