Nunca olvidaré las elecciones de noviembre de 2008 en EE UU. cuando Obama salió elegido presidente. Había llegado unos meses antes a Massachusetts y para mí todo era una explosión de nuevos colores, sabores, olores e incluso amores en lo que intuía una rápida inmersión y adaptación al sistema americano. Han pasado rápido como nueve balas otros tantos años, y si bien me he adaptado fácilmente al sistema, permanezco impermeable a su retórica, pero aquí vivo, como y cago libre; y por mucho que ame a mi país, como buen mercenario, defenderé la soldada que me mantenga. Con mi RH alistano por bandera y una carta de invitación de la Universidad de Harvard me lancé a hacer las Américas como mi bisabuelo antaño lo intentó en Cuba. Encontré en Boston mi segunda casa pero ¡ay amigo! hubo que espabilar y no veas cuanto.

Yo, que lo mismo le daba la vuelta a la parva que cantaba por Rosendo, descubrí en esta ciudad de las cien universidades al peso, que si no pilotas de astrofísica o de mecánica cuántica, no te comes un rosco ni en lo literal ni en lo figurado. Servidor quería pillar cacho y vaya si pillé ¡por detrás! y ahora que iba sacando los pies de las alforjas, mientras esperaba hacerlo por delante, llega Trump y a la burra le da un día por no comer y otro por salir en espantada conmigo a la crin.

Obama llegó de lleno aquel verano inolvidable y se metió por los poros como el polen de primavera con un mensaje fulgurante: "hope" (esperanza). Con un discurso perfecto y una oratoria impecable, enamoró hasta a los más escépticos. Elocuente, inteligente en la distancia corta y un mensaje sereno a las masas, Obama venció con facilidad en las elecciones de noviembre para convertirse en el primer presidente negro. Recuerdo perfectamente la noche electoral. Con un grupo de personas de otros países fuimos de fiesta para celebrarlo. Por aquellas, Obama a mí ni fu ni fa, pero como buen español con un vaso de tubo y unos carámbanos, échame lo que venga que la coca cola aquí es de balde.

Algunos llevaban varios años en EE UU tramitando la residencia o la ciudadanía y la promesa de la reforma migratoria de Obama era como la chispa del ron al cubata. Tantas promesas y ocho años de mandato que se quedaron en el tintero y muchos de aquellos siguen esperando sus papeles. Yo no me quejo, tengo todo en regla, pago al Tío Sam religiosamente y cruzo los dedos, para que en el futuro, si llego, me lo devuelva. Jamás estuvo en mi hoja de ruta la residencia americana y ahora que me espera la ciudadanía a la vuelta de la esquina, si me dicen que el cura del pueblo es mi padre, desayuno con el agua que dije jamás beber y que salga el sol por Portugal. Pues eso, que donde dije digo, digo "dondio" y si Obama me la dio que Trump me la bendiga.

A menudo sigo escuchando los discursos de Obama para mejorar mi inglés. No solo habla bien sino que además habla bien. Obama te convence en su dialéctica y te sientes culpable por pensar que miente más que habla. Al final de sus ocho años: un Nobel de la Paz muy discutido y discutible, como el de Dylan, la ejecución sin juicio de Bin Laden, una ley a medias en el matrimonio del mismo género, un sistema de salud "Obamacare" que ni es universal ni barato ni tiene buena cobertura, récord de deportaciones en caliente, una gira interminable de festivales cual estrella del rock por todo el planeta, venta de camisetas a lo Ronaldo y poco más. Más que el presidente de EE UU, algunas veces parecía el mismísimo papa de Roma. Y sí, es cierto que Obama fue un líder muy querido en el resto del mundo, pero no así en EE UU donde se sitúa a años luz, por ejemplo, de Kennedy o Roosevelt. Tanto pernoctó lejos del gallinero que lo dejó abandonado y un zorro, apellidado Trump, andaba ya merodeando a las gallinas que se sentían desprotegidas. Trump entró como un tiro de cocaína a las cinco de la mañana tras el bajón de la borrachera. Otros dicen que entró como un elefante en una cacharrería y es cierto. El problema no es que entrase un elefante sino que había una cacharrería. Trump no ganó por los fanáticos que le votaron sino por los convencidos que dejaron de votar a Hillary, la candidata propuesta por Obama y que salió nominada, quien a su vez representaba más de lo mismo, mucho pico, poca pala y mucha saca. Los americanos, en general, tienen los mismos problemas que los españoles, o él mismo en sí, llegar a fin de mes. Sí, en América ni se gana tanta guita como se aparenta ni se folla tanto como en las series de televisión. En América se pasa hambre y los puentes están llenos de miles de sin techo, muchos de ellos veteranos de guerra. Más de la mitad de los americanos no tiene seguridad social y la educación universitaria es un lujo para millonarios. El aborto es un delito, llevar armas y matar con ellas algo habitual y ejecutar reos de lo más normal, amén de la discriminaciones raciales. Las grandes compañías influyen legalmente en el gobierno y tienen unos márgenes de beneficios con exenciones desmesuradas de impuestos. La infraestructura en carreteras, ferrocarriles, transporte público, instalaciones eléctricas, agua potable, medio ambiente etc. es deficitaria. En EE UU, hay entre diez y veinte millones de inmigrantes ilegales explotados y trabajando en régimen de esclavitud con la promesa falsa de Obama de legalizar su situación. El ejército americano es un horno de quemar dinero en misiones sin sentido por todo el mundo, protegiendo a países como Corea, Japón, Alemania, Israel o la propia Europa a través del tratado Atlántico. Tampoco se ha renegociado la deuda externa que es una de las causas de más despilfarro. "Lobbies", comisiones inútiles, organismos como la CIA o el FBI que están demostrando no ser tan eficaces como deberían y opacos para los propios americanos que ya no saben si les protegen o les ponen en peligro. China se chulea toda la manufactura con la consecuente destrucción del mercado de trabajo en la clase currante americana y todo un decálogo de goteras que vierten en el río que desemboca en el delta del populismo. Llegó la campaña electoral, y como iluminado por el Espíritu Santo, Trump soltó todo esto de golpe para decir a los americanos que ni la tienen tan larga como creen ni lo hacen tan bien como les parece, reiterando que el país está lleno de incompetentes que ponen más trabas que soluciones y que eso tiene que acabarse y que? ahora Trump está aquí y es una realidad ¿qué hacemos? de momento seguir agarrados a la burra. Trump ha venido para quedarse, le pese a quien pese, y si bien es impredecible que pasará entre que servidor escriba estas líneas y usted las lea, quien le haya tomado por tonto, se ha equivocado.

Todo el mundo aventura que es muy probable que Trump no termine su mandato, pero no será como todos anticipan. Acusado de misógino, machista y mujeriego, el presidente ha situado a su hija Ivanka Trump a la derecha de su derecha. Al ritmo que lleva su gabinete en cuanto a dimisiones, escándalos y ceses fulminantes, que Ivanka se coloque directamente a la derecha de su padre es cuestión de poco tiempo. Todo presidente americano sueña con su legado, es decir, quiere que la historia recuerde sus hitos. Washington, Jefferson Lincoln, Roosevelt, Eisenhower, Kennedy o Reagan han pasado a la historia por sus grandes legados. Otros, la mayoría, directamente al olvido. El legado de Obama es Trump y el legado de Trump, quien ya está de vuelta de todo y da signos de que la Casa Blanca le aburre, será colocar a su hija como la primera mujer presidente de los EE UU. Con Ivanka rozando ya la vicepresidencia, lo único que tendrá que hacer su padre es dimitir y pirarse a jugar al golf. La constitución americana dice que en ese momento, el vicepresidente (vicepresidenta en este caso) automáticamente pase a ser el presidente/presidenta. Posteriormente en unas hipotéticas elecciones Ivanka Trump no tendría rival. Madre ejemplar, trabajadora además de guapa y con una trayectoria brillante como ganadora que es lo que le gusta a los americanos de un partido y del otro. Cierto es que se dice que Trump ha tratado muy mal a las mujeres, pero solo a las que se lo han permitido, porque a su hija no la ha tratado como a un coño al que cualquiera con dinero pueda agarrar cuando le venga en gana, sino más bien todo lo contrario. Graduada en economía en Wharton y en George Town y empresaria de éxito, no tiene un pelo de tonta. Ivanka no se ha conformado con ser una modelo de tetas de silicona al servicio de un multimillonario para sacarle los cuartos de la herencia, tampoco lo necesita. Ambición no le falta ni enchufe tampoco. A Trump le fue muy fácil eliminar a Hillary Clinton, quien humillada por su marido nunca pudo ni quiso deshacerse de su sombra. Además de guapa, algo que valoran mucho los americanos, Ivanka tiene más madera que Hillary y lejos de ser la sombra a la sombra de su marido, es la pura proyección de su padre. Ni es santo de mi devoción el padre ni lo es la hija, pero si no me equivoco, el musical de la Casa Blanca ya está escrito hace tiempo.