El domingo pasado el cielo de Madrid era azul diáfano, desaparecidos los cúmulos y nimbos que anunciaban tormenta, como si el invierno quedara definitivamente superado. En París, sin embargo, las nubes cubrían el cielo, como una ominosa incertidumbre a la espera de los resultados electorales que han resultado esperanzadores.

Antes de media noche los franceses sabían que había ganado Emmanuel Macron, el joven y osado liberal, independiente de los partidos políticosy agnóstico de la división entre izquierda y derecha que sus antepasados registraron para la historia. Marine Le Pen, la gran derrotada, aseguró que deberán acometer importantes cambios en su partido, para hacerlo más soberanista y antiglobalizador, porque ha entendido el mensaje del pueblo.

Como otros populistas, Macron percibió que los grandes partidos que habían gobernado Francia estaban tocados de muerte. Abandonó el gobierno de Hollandey se dirigió al encuentro de una ciudadanía desconfiada de los partidos políticos. A pesar de las enormes diferencias que les separan, con Le Pen comparte el rechazo de la vieja política, la división entre izquierda y derecha y el deseo de devolver al pueblo la soberanía que le pertenece. Ambos han percibido el rechazo que las élites dirigentes concitan entre los ciudadanos, y ambos insisten en que ellos no pertenecen al sistema. De ahí su éxito, pues fueron los dos más votados en la primera vuelta de la presidenciales.

"En España también vivimos el mismo descrédito de la clase política -me dice un amigo-. Y tendremos parecidos resultados. Ya sabes, cuando las barbas de tu vecino veas pelar?". Yo me quedo pensando en las bondades del refranero, que tanto sirve para avalar un pensamiento como su contrario.

En su campaña electoral, Macron insistió en que no era un profesional de la política. Nada quería saber de "esa casta política" que ha gobernado la V República y fundó En marcha, un movimiento ciudadano al margen de los partidos políticos con voluntad de gobierno. Ahora, de acuerdo a sus promesas, quiere incorporar a la sociedad civil en la dirección del país. En las candidaturas para las legislativas de su nuevo partido, La República en marcha, el 50% están integradas por personas sin experiencia política y respetan la paridad de género. Además, La Ley de Moralización de la Vida Pública que quiere aprobar incluye el límite de tres mandatos seguidos para cualquier cargo, suprimir las jubilaciones especiales, prohibir la contratación de familiares y disminuir un tercio el número de escaños.

Más o menos como en España, donde a los límites para la selección de sus dirigentes, que tanto los viejos como los nuevos partidos imponen, no se aprecia en ninguno la menor intención de racionalizar el abultado número de cargos públicos, democratizar su elección o disminuir sus privilegios. Ejemplo sobresaliente es el único punto en el que todos están de acuerdo para la reforma de la ley electoral que actualmente debaten en comisión: aumentar un 15% el número de diputados, para así democratizar el Parlamento, dicen. Será que en España ya estamos afeitados.