Esto lo escribí un 14 de abril, a mano, antes de que mi madre llegara a la década de los 80 años, y lo he encontrado hace unos días. Pensaba llamarlo "cinco años republicana". Lo transcribo tal cual lo escribí en su día, en el llamado "día de la madre").

Los años que mi madre vivió su infancia, nacida en el año 31 del siglo pasado, y feliz y fuerte para seguir celebrando más de 70 años después. A la República que se proclamó cuando tenía poco más de un mes, le siguió una dictadura que la dejó sin padre durante más de 5 años, 5 años después, porque en España -cuyo nombre no es apenas para mí más que la lengua con la que escribo, hablo y me entiendo con la gente- unos militares con más intereses que ideas dieron un golpe tan militar como ellos que acabó con la esperanza: con la Esperanza con mayúsculas; con la esperanza pequeña esperanza que se hizo minúscula para poder sobrevivir desde entonces, lastrada por el recuerdo de una guerra y una represión feroz que sigue sonando como amenaza de futuro en nuestros corazones.

Pero en mi madre no. Mi madre nació y creció cinco años con la República, libre, feliz, querida... y la infancia no se ha escapado de sus ojos claros, de sus manos hacendosas, de su voz serena.

Cinco años de felicidad son muchos años como para que desaparezcan pisoteados por las botas militares. No se olvidan, no se borran, no se quitan. Están ahí, mamá, en tu sonrisa y en tu bondad. Cinco años republicana, y por ello toda una vida.

No pudieron arrebatarte los cinco años de libertad ni te llenaron de amargura los malos tiempos del futuro. Todo fue pasando. Con todo pudiste y puedes. Tu fortaleza se forjó nacida y crecida en el cariño.

Todo fue pasando. El dolor de tu padre en la cárcel cuando niña. El dolor de tus hijos al borde de la muerte o del abismo de la locura cuando madre. El amor y el apoyo arrebatado injustamente a los 46 años...

¡Mamá! ¿Cómo has podido con tanto dolor mantener tu risa, enseñar tus canciones a mis niñas, amanecer cada día como si estrenaras la vida, llena de vida, de energía, de cariño?

No sé cuántos años he heredado de tu felicidad republicana, pero alguno ha caído, estoy segura. Y por eso -aunque a veces ya triste- no pierdo la esperanza. Esa esperanza que pisaron las botas militares, que ahogaron con las voces que niegan la palabra, que no dejan que se oiga y aún hoy molesta oírlas.

Y les digo, sola ahora, y con los camaradas hace unas horas: salud, republicanas, buenas gentes del pueblo. Soy hija de una niña nacida en la República, crecida en la esperanza durante cinco años. Cinco años que fueron toda una larga vida de esperanza.

(Hasta aquí lo que escribí hace años un día de la República. Después vinieron tiempos muy duros que hemos llorado solas y tragado las lágrimas juntas para que no se contagiaran. Pensando en Violeta, que heredó -ella sí- la sonrisa y el ánimo de la abuela. Que en el día a día ha seguido libre, feliz, querida... con sus ojos claros, sus manos hacendosas, su voz serena. Con su sonrisa y su bondad).

Tenía que decírselo. Y me atrevo a publicarlo porque quizás mi madre sea como todas las mujeres llenas de coraje que luchan por sus hijos, y por ellos mantienen la sonrisa y la esperanza. Y cambian con ellas y con su trabajo el mundo.

"Si no fuera porque me cuida la abuela...", decía Violeta de pequeña.