Hace un mes vivimos con toda intensidad aquella semana de pasión y muerte de Jesús en la Cruz. No estoy tan seguro de si, en nuestra Castilla dolorista, vivimos con la misma fuerza las sucesivas semanas de Pascua de Resurrección, fuera de lo que son las tradicionales fiestas populares de estos cincuenta días. No perdamos de vista, en medio del bosque folclórico de este tiempo, que las primeras tradiciones cristianas insistían, sin excepción, en un dato que no solemos valorar en su justa medida. Me refiero al hecho de que Dios no ha resucitado a cualquiera, sino que ha resucitado a un crucificado. Ha resucitado a alguien que ha anunciado a un Dios-Padre entrañablemente misericordioso, que ama a los pobres y perdona a los pecadores; alguien que ha luchado sin descanso contra el mal y la injusticia y que se ha solidarizado con todas las víctimas; alguien que, al encontrarse él mismo con el rechazo, ha mantenido hasta el final su confianza radical en el mismo Dios-Padre que anunció en sus predicaciones y con sus milagros.

Según los relatos evangélicos que se proclaman estas semanas en nuestras iglesias, el Resucitado se presenta a sus discípulos con las llagas del Crucificado. No es este precisamente un dato irrelevante. Estamos ante una observación de gran importancia desde el punto de vista teológico. La resurrección de Cristo es, por tanto, la resurrección de una víctima. El Padre, resucitando al Hijo, no solo libera a un muerto de la destrucción de la muerte. Es que con este acontecimiento extraordinario "hace justicia", además, a una víctima de los hombres. Aquí encontramos una gran luz sobre cómo es el ser de Dios en relación a quienes somos sus hijos. En la resurrección no solo se nos manifiesta la omnipotencia absoluta de Dios sobre el poder de la muerte. Es que se nos está revelando también el triunfo de su justicia sobre las injusticias que cometemos los hombres. Es el acontecimiento que da un giro total al rumbo de la historia, aunque no sea portada de periódicos o noticia de informativos: por fin y de manera plena, triunfa la justicia sobre la injusticia, la víctima sobre el verdugo.

Esta es la Buena Noticia que, sin descanso, sigue anunciando la Iglesia del Resucitado: Dios se nos revela en Jesucristo como "el Dios de la víctimas". La resurrección de Cristo es la "reacción" de Dios a lo que los hombres han hecho con su Hijo. Es cierto que la historia continúa y que aún muchas víctimas siguen hoy siendo crucificadas. Pero los cristianos sabemos que Dios está en ese sufrimiento sin que sea su última palabra. Por eso defendemos a las víctimas y luchamos contra todo lo que deshumaniza el mundo, y lo hacemos esperando esa victoria final de la justicia de Dios.