He asistido, como tantos amigos y compañeros, a las exequias funerarias de mi admirado e ilustre compañero don Emilio Rodrigo Hurtado, insigne abogado.

No por esperada, la muerte deja de ser dolorosa. No por cercana, se siente menos la pérdida de quien se quiere y admira; pero cuando pierdes al amigo, al consejero, a aquél a quien siempre quisiste imitar y de quien anhelaste aprender, se torna doblemente triste, de modo que nos sumergimos en el recuerdo como remedio o alivio de la pena.

Don Emilio Rodrigo Hurtado, destacó por su impecable trayectoria profesional, reconocida por todos sus compañeros y en todos los foros donde dejó muestra de su magisterio, calidad humana, siendo referente de mesura, discreción y sano juicio.

Me hablaba mi querida madre, que había sido catequista en la antañona Iglesia de San Juan, de aquél "niño inquieto, listo como los rayos, contestatario de todo y por todo, preguntón y reacio a digerir dogmas porque sí".

Y tuve la suerte, junto con mis buenos amigos, Antonio, Pastor, Juanjo Martín Gato y José Alfredo Calvo, de compartir con él tareas en la Junta de Gobierno del Colegio de Abogados de Zamora, bajo la batuta de nuestro Decano Juan Antonio Barba Palao. Emilio seguía siendo la voz umbraliana en aquellas sobremesas donde hablaba de la abogacía y de la vida, locuaz contertulio, tremendamente sagaz y divertido. Era la voz fresca de la abogacía, vivaz, sutil, inteligente, sobrado de recursos y de elocuencia como para convencer al más inexpugnable de los Tribunales; y cuando no había forma de hacerlo, a modo de perdón divino, imploraba ante el Juez y las acusaciones el rezo de un padrenuestro en favor de su cliente que, sin duda, sería privado del carnet de conducir.

Ungido con el don de la palabra, de la oratoria precisa y de la elocuencia, formó parte de una casta de abogados que hicieron de esta noble profesión un referente para la abogacía y para la justicia; brillante orador y gran persona.

Hoy es un día triste para la Abogacía con mayúsculas. Despedimos a un hombre íntegro, un caballero de la toga que distinguió a todos los compañeros sin excepción, con su lealtad, deferencia, trato cortés y amistad, amparado en los más sólidos principios humanistas, morales y deontológicos.

Verdes se las verán en el cielo para no dar acogida a ese menudo abogado que contribuyó a hacer esta profesión más noble, más cercana y más digna.