La palabra de marras, cabronada, la ha puesto de moda Juan Vicente Herrera. En la rueda de prensa posterior a la presentación de los presupuestos regionales del 2017, el presidente de la Junta aseguró que "la corrupción es una auténtica cabronada". Ese día (y hoy y dentro de unos meses) estaban de plena actualidad las correrías desinteresadas de Ignacio González, las sospechosas conversaciones entre ministros, fiscales, zaplanas, cerezos y demás, las reuniones supuestamente protocolarias y corteses en sedes oficiales, los mensajes de doble filo, y rellene usted la casilla como mejor sepa. Y Herrera estalló y recurrió a una palabra de uso corriente pero impropia del lenguaje políticamente correcto. El diccionario de la Real Academia Española de la Lengua (RAE) aplica a cabronada dos acepciones. En la primera dice: "acción malintencionada propia de un cabrón". En la segunda: "hecho que perjudica o incomoda de manera grave e importuna". E importuna la define como "molesta o enfadosa". Bueno, pues ahí tienen las claves para entender qué quiso decir el presidente de la Junta, aunque todos le hayamos entendido sin necesidad de recurrir a la RAE.

Ni que decir tiene que la frase de don Juan Vicente ha dado la vuelta a España y se ha reproducido por aquí, por allá y por acullá. Tanto que se le dado más importancia que al motivo de la rueda de prensa, la presentación de las cuentas del Gobierno de Castilla y León para el presente año, nada menos que 10.293,1 millones de euros. Sobre estos dineros, su reparto, y las broncas que ya están generando habrá que volver otro día con más profundidad y detenimiento. Ahora, quedémonos con lo de cabronada y su extensión a otras facetas de lo ocurrido esta semana, en la que, sí, hemos ido de cabronada en cabronada.

Una de las más duras nos la ha proporcionado el tiempo. Como suele decirse, ni los más viejos del lugar recuerdan un año tan malo, tan catastrófico. De momento, no se salva ni un solo cultivo. Las heladas de las noches del miércoles y, sobre todo, el jueves se han llevado lo poco que quedaba del cereal y han causado daños enormes en viñas, frutales, huertas, maíces y remolachas. Las pérdidas son multimillonarias, difíciles de calcular porque algunas se prolongarán en años venideros como sucede en los majuelos con los brotes destrozados y quemados por el hielo y el sol. Hay viñedos abrasados en casi un 100% y otros se llega al 80%. Y sigue sin llover, o caen algunas gotitas que no sirven ni para mojar el suelo. La economía zamorana va a resentirse y mucho, en este 2017, peor aún que aquel 1945 que todavía se recuerda como "el año malo" que dio lugar al también famoso "año del hambre". Esperemos que, por lo menos, las instituciones estén a la altura de las circunstancias.

Otra cabronada vino, una vez más, de los datos del Padrón de Habitantes. No se detiene la sangría poblacional, que ahora también alcanza a España, aunque las que continúan despoblándose son las misma comunidades de siempre, especialmente Castilla y León que el año pasado perdió 23.124 habitantes, una barbaridad para una tierra con muy poca gente. El análisis provincial en términos absolutos y relativos invita al llanto. No se salva ningún territorio, ni siquiera Valladolid, cuya capital baja por vez primera desde la década de los 70 de los 300.000 censados. Y Soria sigue cayendo (solo 88.830 pobladores) y León acapara el mayor descenso absoluto (5.671 menos) y Zamora no frena su dolorosa bajada: 3.002 habitantes menos; ya por debajo de los 180.000 censados. ¿Hacen falta más estadísticas para que alguien, por fin, haga algo y se ocupe en serio del problema?

Y para más inri, un día después de las cifras del padrón llegaron las de la Encuesta de Población Activa (EPA) del primer trimestre. También fueron nefastas. En Castilla y León, subió el paro en 1.900 personas; bajaron los ocupados (13.800 menos) y descendió, aunque no en todas las provincias, la población activa, lo que quiere decir que los que están en edad de trabajar se van. Mejor no entrar en detalles porque volverían los nudos en la garganta y algo más que lágrimas.

Todos estos temas que he tratado son duros, negativos, pero no pueden ni compararse con la auténtica tragedia vivida en Zamora y por los zamoranos desde hace ocho días. Aquí sí que no hay palabras para expresar dolor y sentimientos. Lo demostró la ciudad el viernes durante el entierro de los tres montañeros muertos en Santander. Bastaba ver rostros, silencios y estados de ánimo. Cuando la vida golpea sin motivo y sin misericordia todo está dicho y nada se comprende.

Un abrazo y mi solidaridad con familiares, amigos, compañeros y con una sociedad que ya jamás podrá olvidar este drama.