Cada vez que un libro cambia de manos, que alguien pasea su mirada por las líneas de cada página, ese libro crece y su mensaje se hace más fuerte.

En el caso de "El Quijote", esa cualidad se manifiesta, si cabe, con mayor fuerza, porque cada vez que se vuelve a leer se tiene la sensación de que vuelve a ser "la primera", o lo que es lo mismo, que siempre brotan nuevas sensaciones, nuevos detalles, nuevas interpretaciones, que no hacen sino trasladar al lector, aunque no lo pretenda, hasta aquella "primera vez" que, como todas las "primeras veces", no puede sino evocar ternura y falta de malicia. Aquella primera vez, cuando en la adolescencia, le obligaron a leerlo; cuando aun estaba todo por descubrir, por conocer, por experimentar.

Por eso, no hace mucho tiempo, un día que amaneció azul bandera y podía disfrutarse de una brisa fresca que olía a primavera y a río, aquel lector se concienció que había llegado el momento de volver a leer de nuevo "El Quijote".

A medida que se sumergía en la trama e iban sucediéndose los capítulos, le fue resultando más difícil separar lo interesante de lo divertido, el contenido del continente, las situaciones de la narrativa, por lo que decidió dejarse llevar, sin ejercer oposición, hacia donde quisiera llevarlo el hilo argumental, deslizándose por la historia, disfrutando de las hazañas y desventuras del caballero de la triste figura que, al fin y al cabo, se supone que es lo que pretendía el autor cuando escribió la novela. En lo que si reparó, en esta ocasión, fue en el elevado número de palabras que aparecían en el texto que, si bien actualmente se encuentran en claro desuso, muchos lectores han tenido la oportunidad de usarlas o escucharlas, alguna vez, en boca de sus antepasados más próximos, e incluso, en el momento actual, en algunos de nuestros pueblos.

Como mera curiosidad el lector resumió algunas de las que allí aparecen: acuitarse (inquietarse); alfeñique (pasta de azúcar); amohinarse (enfadarse); artesa (recipiente de madera); "de bobiles" (de balde); corba (parte interior de la rodilla); desbaratado (estropeado); escardar (limpiar las malas hierbas); espetar (ensartar); menguar (encoger); mostrenco (ignorante); rapacería (chiquillería); ribete (añadido); sarga (tela de lienzo); saya (falda larga); sonaja (pandereta); talega (saco de tela); tinaja (vasija grande de barro).

Esas, y otras muchas, lo trasladaron hasta los años en los que el manejo de esos vocablos formaban parte de la vida cotidiana. De manera que, aunque solo fuera por eso, le mereció la pena volver a vivir "El Quijote", aunque solo fuera de oyente (lo de oyente es un decir, más bien de lector), de participar en las aventuras de Aldonza, Maese Pedro el titiritero, el bachiller Sansón Carrasco, o Marcela la pastora, o Zoraida la novia del cautivo.

Pero todo pasa, y el Día del Libro también, de manera que en un momento determinado el sol deja de ser acerado y se cansa de proyectar ecos metálicos en los tejados y campanarios del barrio. Así que, llegado el final del día, los dedos del lector dejan de rozar el lomo del libro, abierto por las últimas páginas, como merece un autor que se entrega a su lector, sin condiciones ni remilgos.