Tal y como van las previsiones meteorológicas, el próximo verano tiene toda la pinta de que vuelva a primar otra vez la "pertinaz sequía", que decían con engolada voz los locutores de aquellos diarios hablados de desinformación nacional que imponía el "régimen" del difunto dictador. Se nos volverá a recordar, por parte de los organismos oficiales, los hábitos y comportamientos que debemos adoptar en aras a reducir el consumo de agua: ¡Cuidado con el goteo de los grifos! ¡Cuidado con el tiempo empleado en la ducha! ¡Cuidado con la descarga de la cisterna del inodoro!

Cuando usted se aperciba que, por descuido, se ha dejado un grifo que permita que escape, aunque sea de manera intermitente, una gota de agua, le invadirá una sensación de culpabilidad que le hará sentirse como un delincuente.

Cierto es que tenemos que hacer lo posible para reducir el consumo de agua, un bien cada vez más escaso en nuestro país, pero no es menos cierto que "las broncas" nos las llevamos siempre los mismos: los habitantes de pueblos y ciudades a los que se nos acusa de no economizar tan preciado bien. Porque tal y como lo presenta la propaganda oficial, parece que el problema del agua se redujera, simplemente, a economizar el goteo del grifo y cosas por el estilo, lo que no deja de ser una de las múltiples mentiras, o verdades a medias, con las que las autoridades tratan de justificar los eventuales cortes de agua.

El agua es un bien preciado, necesario y escaso que, por tanto, exige una esmerada gestión que permita ser administrada con equidad, y rentabilidad, en aras a garantizar la supervivencia. Por eso, molesta cada vez más las pérdidas de agua que se vienen produciendo en las conducciones de las compañías suministradoras que, según revistas especializadas, llegan a alcanzar más del veinte por ciento del total gastado. Adoptando medidas correctoras, tales pérdidas, podrían reducirse a cantidades técnicas admisibles. Pero claro, admitir eso, afectaría a la imagen de la Administración, y no parece tarea fácil que vayan a echarse la culpa a sí mismos.

A diferencia de la relación paterno-filial basada en múltiples mentiras piadosas, la relación gobernante-gobernado se inspira en mentiras vergonzantes, de manera que en ambos tipos de relación ninguno de los actores llega a sentirse culpable, algo aplicable a la gestión del agua, de ahí que aumenten las dificultades para buscar soluciones.

Publicaciones especializadas dicen que el agua empleada en el riego de huertas y tierras de labor alcanza entre el setenta y el ochenta por ciento del total consumido, es decir, siete u ocho de cada diez litros se encuentran en manos de los regantes. Pero héteme aquí que ese grupo tan importante de consumidores no solo no parece encontrarse suficientemente controlado, sino que incluso la Administración llega a pasar por alto los "riegos piratas". Y es que no se trabaja lo suficiente para racionalizar la gestión, para utilizar solamente el agua necesaria, en el momento oportuno y en el lugar adecuado, o lo que es lo mismo para aplicar las depuradas técnicas que desde hace años se vienen utilizando en Israel y en otros países con déficit de agua.

Según datos oficiales, la Real Federación Española de Golf tiene censados más de 400 campos en España. Si hiciéramos caso de lo que apuntan algunos expertos, el consumo de agua de cada uno de esos campos equivale al de una ciudad de 60.000 habitantes, o de 100.000 habitantes según otros. Tomando un valor medio, es decir, aceptando 80.000 habitantes como tal equivalencia, el consumo de agua en los campos de golf equivaldría al de treinta y dos millones de personas, una cifra que se aproxima a las tres cuartas partes del número de habitantes de este país. Claro que siempre habrá alguien que lo tilde de demagogia y defienda tal dispendio argumentando que, en muchos casos, el riego se hace con agua reciclada.

La mayoría de las fuentes, especializadas en la cosa del agua, vienen a indicar que el consumo en el conjunto de pueblos y ciudades, incluidos bares, hospitales, hoteles y restaurantes, así como riegos de calles, parques y jardines, es del catorce por ciento del consumo total, o lo que es igual, los ciudadanos solo somos responsables de uno de cada siete litros consumidos.

La Administración debe intentar seguir un razonamiento lógico para encontrar solución al problema del agua, eso sí, sin meter la cabeza bajo tierra, como el avestruz, sin abusar de la publicidad engañosa, sin echar la culpa al primero que encuentre a su paso, sin dar vueltas y vueltas en un laberinto.

En un laberinto, en cuya salida hay un cartel que dice: ¡Gestión!, ¡gestión!, y ¡gestión!