La voz que se escuchó en la noche del jueves en el Teatro Ramos Carrión es la voz de un empresariado que expresa su angustia ante el declive imparable de la provincia en la que trabajan, en la que invierten y crean empleo. Por primera vez en décadas, 200 industriales de primera fila se unen para decir basta y poner en pie un proyecto con el que defender el futuro de su tierra.

Asistimos a un hecho inusual, desgraciadamente, en una provincia tantas veces desgarrada por los enfrentamientos gratuitos y los absurdos personalismos. Una actuación digna todavía más de elogio si se tiene en cuenta que muchos de esos empresarios han logrado extender su negocio, son grandes exportadores o desarrollan actividades en otras provincias y estarían en su derecho de elegir un destino que le ofreciera más ventajas como domicilio social. Y, sin embargo, ahí están, todos bajo ese paraguas que lleva por nombre Zamora 10 y que pretende gestionar y sacar adelante proyectos concretos para ponerle freno a la degradación socioeconómica de la provincia.

En ese pretendido impulso en el que participan destacados profesionales, parte de tanto talento emigrado a lo largo de décadas, depositan muchas de sus últimas esperanzas, en un intento casi desesperado que busca sacudir a la sociedad para que despierte y avance. Saben que solo hay un arma eficaz contra la despoblación que corre el riesgo de aniquilar Zamora: puestos de trabajo, empresas que los proporcionen. Ninguno de los convocados en torno a este Zamora 10 quiere una tierra subsidiada ni acomodaticia. Se han perdido demasiados años, se fomentaron debates estériles, informes que solo constaban lo evidente. Llegada la hora de la acción, Zamora 10 debe convertirse pronto en el proyecto común de miles de zamoranos que no se resignan a la desaparición que vaticinan las estadísticas demográficas.

Es cierto que el contenido exacto del proyecto tendrá que ser analizado cuidadosamente y que cada una de las iniciativas requerirá tiempo y esfuerzo. Pero puede decirse que ahora se está más cerca del camino que hace unos meses. Muchas de esas medidas son fruto del sentido común: si Zamora es la mayor referencia en el ovino, por ejemplo, no parece descabellado pensar en fomentar un Centro Nacional de Innovación del Ovino que centralice una demanda creciente y que puede ser complementada con otras vinculadas al sector agroalimentario que debe ser referente de calidad, como la pretendida línea de producción láctea que incluiría una escuela de maestros queseros.

Ese cierre en torno al sector primario tiene que ser uno de los caballos de batalla, como también lo son apuestas culturales de gran magnitud. De tal cabe calificarse la pretensión de ese gran Museo de Semana Santa que sirva como reclamo y desestacionalice el turismo fuera de las fechas cumbre. Un museo vinculado a la actividad de restauración, que puede configurar un espacio capaz de desarrollar mucho más que el hecho expositivo y de trascender, por tanto, el aspecto turístico hasta desembocar en el industrial.

Ambos aspectos se complementan en otro de los puntos contemplados en el documento, como es el Mercado de Abastos, una joya arquitectónica del Modernismo que merecería recuperarse como parte del Patrimonio de la ciudad, al tiempo que se ofrece una nueva faceta comercial, al estilo de lo que se viene impulsando desde hace años en otras instalaciones similares, además de aprovechar la moda del turismo gastronómico, donde hay todavía campo para la exploración. Hasta ahora, el mal secular de Zamora ha sido el de llegar tarde, la resistencia al cambio, a innovar, pretensión última de todo lo expuesto la noche del jueves en el Ramos.

Se llega probablemente tarde a esa pretendida distinción de la Unesco para el románico de Zamora, candidatura a Patrimonio de la Humanidad que tendría que enfrentarse a una larga lista de espera, con rivales de categoría enfrente y a unos criterios de la organización con sede en París que trasciende ya lo meramente monumental. Será cuestión de meditar estrategias a través de la oficina de gestión cuya puesta en marcha es inminente. Ese documento inicial conocido ahora también por las instituciones y otros agentes sociales tendrá, todavía, que ser objeto, seguramente, de ajustes y reorientaciones hasta poder conseguir el objetivo marcado. Pero el primer paso está dado: ahora solo resta seguir el camino sin equivocar el rumbo.

Zamora tiene mucho que ofrecer, posee calidad en todas las potencialidades expuestas. Y en esa calidad debe residir la esencia de esa marca que se busca para agrupar todas las actuaciones que se lideren y gestionen a través de esta corporación que nace con la intención de no acabar convertido en un "libro blanco" más para dormitar en un cajón de los despachos de las administraciones, igualmente llamadas a participación.

El tiempo, ese tiempo tan escaso para situaciones urgentes como la que atraviesa Zamora, será juez implacable si tampoco, en esta ocasión, nos merecemos ese 10 y volvemos a suspender. Demasiadas convocatorias ha visto pasar Zamora con la misma y eterna asignatura pendiente: el progreso del que depende nuestro futuro. Está bien que sus empresarios hayan dicho ya basta. Ahora le toca hablar al resto de la sociedad.