En la portada del Dominical de La Opinión-El Correo del día 16 de abril se nos ofrece una fotografía de tres universitarios en traje Militar. Lo importante de la fotografía es que el del medio era don Adolfo Suárez González cuando, universitario de la Facultad de Derecho, cumplía el Servicio Militar en el Campamento del Monte de la Reina.

Yo pretendí asistir a aquel campamento cuando estudiaba cuarto curso en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Madrid. Mi edad, que superaba los treinta años, habiendo disfrutado de prórroga de segunda clase, me impidió hacer las Milicias Universitarias, con gran disgusto del teniente coronel, entonces, más tarde general, don José Clavería, que había tramitado mi expediente. Según el fallo, solicité la exención total "en analogía con los prófugos y residentes en el extranjero". Pero mi alegría cuando me concedieron tal excedencia estuvo empañada por el sentimiento de no haber podido disfrutar de aquel veraneo en el campamento ubicado en el término municipal de mi amada ciudad de Toro. Por esas cosas que a veces ocurren en la Administración (también en la Militar), me llamaron a filas desde Zamora en febrero, llamamiento al que no correspondí, alegando la exención que en enero me había concedido el Ministerio del Ejército.

La fotografía que ha suscitado este comentario me ha traído a la memoria aquel campamento, hoy desaparecido y durante muchos años constituyente de un fenómeno que nos llenaba de alegría durante los veranos en la misma ciudad de Toro, en Zamora capital y en otras localidades cercanas, incluso capitales de provincia, como Salamanca y Valladolid. Era espectáculo de cualquier fin de semana, por las calles González Oliveros, de Toro, llenando también la Plaza Mayor, o la avenida de Requejo de Zamora, prolongándose por la calle de Santa Clara, el uniforme militar, con el cordón (multicolor, según la facultad universitaria) .

Llevaba el uniforme a veces un campamentista solo, otras veces eran un grupo de jóvenes militares que platicaban alegres de sus cosas, o, finalmente, un estudiante militarizado que acompañaba a una joven de la ciudad. ¡Cuántas parejas de aquellas pasaron con el tiempo a convertirse en felices matrimonios! A este final feliz se unía, también, el resultado fallido de una relación de solo aquel verano; pero este fracaso llevaba consigo un valioso recuerdo que duraba muchos años, como podrían atestiguar personas que fueron jóvenes por aquellos días.

Todo aquello fue bonito y ayer mismo me hizo renovar la alegría; pero también es un recuerdo que causa tristeza cuando ahora, viajando en automóvil de Toro a Zamora, se dirige la vista a la izquierda al pasar por lo que fue la reserva militar poblada de chozas y establecimientos de una sola planta, dedicados a la atención necesaria por algún pequeño accidente durante las actividades militares. Echa uno de menos aquello que fue el Campamento del Monte de la Reina; semeja algo parecido a un desierto aquel espacio, en el cual la vegetación se había empobrecido para dejar espacio a las chozas y casetas de los Universitarios.

Quienes vimos allí el Campamento del Monte de la Reina ahora vemos unos campos empobrecidos. Pero no soy capaz de imaginarme siquiera el sentimiento que produciría esta desaparición al mismo don Adolfo Suárez, si viviera, y a tantos y tantos profesionales de nobles carreras que hubieron de vestir el uniforme y disfrutar de las actividades militares, a diario, y de los agradables paseos por las ciudades cercanas los fines de semana. El campamento ha desaparecido, como van faltando tantas cosas y dejando su lugar a otras, tal vez más prácticas y acomodadas a la vida de hoy; pero menos significativas para quienes vemos la vida de otros tiempos con una satisfacción gozada sin responsabilidades que cargan la vida con trabajos más o menos desagradables.