Desde que se instituyó la Fiesta del Santísimo Sacramento (CORPUS CRISTI) allá por el año 1264, vino a ser esta celebración la más solemne, la más devota y la más alegre de las festividades de la ciudad de Zamora. El Ayuntamiento animaba al mayor lucimiento, y para conseguirlo no escatimaba gasto ni fatiga.

Se pregonaban cada año programas para que los gremios concurrieran unidos con sus estandartes y distintivos especiales, con carrozas e invenciones en competencia. Ofrecía el Ayuntamiento como galardón seis ducados al que sacara mejor conjunto; dos ducados al que presentara más ingeniosa invención, y por premios menores varas de terciopelo y de raso destinadas a los músicos que fueran tañendo, cantando y ejecutando buenas danzas. La procesión salía de la Catedral recorriendo las calles principales, que se entoldaban, enarenaban y sembraban de juncias, romeros, espadañas, tomillo y otras yerbas olorosas. Los balcones y ventanas de la carrera se colgaban con lo más rico que cada vecino poseía, haciendo provisión de flores las damas para arrojarlas al paso de la Custodia.

Se sabe que, desde el año 1559 empezaron a representarse farsas, autos sacramentales y comedias sobre tablados instalados en las plazas públicas. En 1593 se hicieron cuatro gigantes, una tarasca y una farsilla. Los gigantes representaban las cuatro partes del mundo que por entonces distinguían los geógrafos. La tarasca, que era un monstruo, recordaba la herejía vencida y sojuzgada por la Fe, en figura de mujer.

El padre Ayala, en su obra "El Pintor Cristiano", dice que la llamaban Tarasca en memoria de Tarascón , ciudad de Francia donde Santa Marta venció a un dragón enorme.

Más adelante, otras dos figuras llamadas Blas y Menga vinieron a formar parte del ornato de la carrera. Se colocaban a la puerta del monasterio de la Concepción. La inventora de esta novedad parece que fue Sor Ana de la Cruz, hija del duque de Gandía, suponiéndose que estas dos figuras fueron remitidas desde Roma. A medida que se deterioraban los trajes, se reemplazaban al gusto de las buenas monjas, apareciendo con alguna novedad todos los años.

Blas y Menga no eran personajes zamoranos, como el vulgo creía, sino los héroes comunes de la Égloga, composición poética que idealiza la vida de los pastores y del campo para tratar temas humanos generales, como el amor.

No tenían Blas y Menga una significación peculiar, y más que otra cosa servían a modistas y peluqueros de figurín para exponer al público sus creaciones. Cesaron de aparecer en el año de 1850 por indicación de un señor obispo.