Tercer y último trimestre del curso escolar del primer año de la aplicación de la Lomce y a la preocupación habitual y lógica por estas fechas de los alumnos se une el confusionismo de aquellos que terminan el bachillerato actual y han de enfrentarse a las pruebas de selectividad para el acceso a la universidad que ahora no suelen ser tan drásticas como antes, pero que aun así quitan el sueño. Y es que hay novedades, que no acaban de satisfacer a alumnos ni profesores, y que ya han levantado polémica, una más, en torno al eterno problema de la calidad de la enseñanza en España, que pese a ligeros avances sigue dejando tanto y tanto que desear. Con un dato tremendo y desolador: es el país europeo con más abandono de los estudios, una triste tasa en la que se dobla el porcentaje europeo.

Van siete planes de educación, siete, desde comienzos de la década de los 80, cuando el PSOE llegó al poder enarbolando la bandera del cambio y de la modernidad, que alcanzó de lleno a la enseñanza que, más o menos, venía funcionado aceptablemente. Pero hay algo que un partido político que gobierna considera siempre una prioridad: el adoctrinamiento de las nuevas generaciones. De ahí las constantes reformas habidas en materia de educación tanto con los socialistas como con el PP en el poder, incluso en ocasiones haciendo más de un cambio durante los años de mandato. En cualquier caso basta con que haya un relevo en el Gobierno para que surja una nueva ley de enseñanza. Lo cual, naturalmente, no solo no ha solucionado para nada el problema, sino todo lo contrario. Y más cuando son las comunidades autónomas las que ostentan las competencias en esta materia.

Cuando Rajoy llegó a La Moncloa, con una mayoría aplastante en el Congreso, puso en marcha una nueva ley de educación, la Lomce, que barría para casa, como cabe suponer, pero que además introducía una serie de novedades y modificaciones que han hecho que desde entonces no hayan cesado en el sector de la enseñanza las huelgas, las manifestaciones y las expresiones de protesta a todos los niveles, tanto por parte del alumnado como del profesorado. El establecimiento absurdo de nuevas pruebas de revalida, hasta para la primaria, levantó tanto revuelo que el año pasado, cuando el PP no encontraba apoyos para seguir gobernando pese a ser el partido más votado, Rajoy tuvo que rectificar sobre la marcha y procurar sortear como pudo el marrón que le había dejado aquel inefable Wert, ministro al parecer de la educación y la cultura, aunque nadie lo diría a juzgar por sus desmanes.

Así, llega ahora la época de la selectividad, un ambiguo pastiche aun indeterminado, en la que sin embargo resaltan por si mismos algunos dislates que profesores y expertos han denunciado, como la desaparición de la asignatura de literatura universal, y la constricción dentro de la literatura española al siglo XX y sin incluir a los autores hispanoamericanos. Lo que deja fuera a Shakespeare, Quevedo, o García Márquez. Las humanidades definitivamente poco importan en los tiempos de la tecnificación, lo mismo que pasa con la filosofía, el griego y el latín. Oh tempora, o mores. Eso.