Mientras la Semana Santa de Zamora brillaba en todo su esplendor con la participación de miles y miles de personas que la hacen posible y la ayuda del buen tiempo -con perdón del campo que nos alimenta y pide lluvia- las bombas competían allá por Oriente Medio ajenas a nuestros ritos y deseos de paz.

Muerte, no de la recreada en nuestras calles con el símbolo de la cruz de hace dos mil años, sino de la que mata en tiempo real. Y en tiempo real es retransmitida en las pantallas que compiten entre mostrar los símbolos de la muerte y la muerte misma.

La Semana Santa de Zamora, sin embargo, no es triste como se dice. Cuando como cualquier zamorano joven que se precie, algunos amigos estábamos trabajando fuera de las fronteras provinciales, el pequeño orgullo semanasantero del que en casa no hacíamos gala debido a nuestro "progresismo", nos llevaba a presumir de Semana Santa y a extrañarnos de que no vinieran a verla. Decían que no venían porque les parecía triste, que era como se vendía: fervor, recogimiento, devoción, silencio? Nosotros sabíamos que eran días de fiesta porque lo eran de encuentro y de desfiles y meriendas con amigos y recuerdos. Y ahora ¡válgame el cielo, las vueltas que da el mundo! los más jóvenes se encuentran de procesión y botellón. Que una cosa no quita la otra desde siempre, porque en Zamora había hasta bula para saltarse la Cuaresma.

Acaba la Semana Santa con la alegría de la resurrección como esperanza de que se puede vencer a la muerte, mientras en el mundo lo que resucita es la guerra con bombas que compiten, como si de un juego de niños se tratara, entre a quién quieres más, a tu madre o a tu padre: las bombas GBU-43 y AVBPM.

Como si el tiempo se hubiera detenido en la época no tan lejana de la guerra fría, Estados Unidos lanza la que llaman "la madre de todas las bombas" sobre Afganistán, y Rusia exhibe "el padre de todas las bombas", con más capacidad de matar que la de los americanos, en mortal competencia.

Cuando éramos más pequeños, la única sana competencia que teníamos en casa en Semana Santa era discutir si era mejor la de Zamora o la de Valladolid. Siempre se saldaba a favor de la de aquí por el marco arquitectónico, pero sobre todo humano, que la hacía más auténtica?salvando la calidad de los pasos con firma de escultores de renombre de la vecina ciudad. Y lo mismo se piensa hoy en la mayor parte de los casos, sobre todo desde que al marco humano de la ciudad se ha unido el de los pueblos, si cabe más humano si es que eso fuera posible.

Aunque he dudado en utilizar este lenguaje bélico de los sembradores de muerte, he decidido hacerlo incluso en el título de este escrito para quitarnos el miedo, como hacemos con los niños y los cuentos de brujas, lobos y dragones.

Así que a la de Zamora la voy a llamar por este año "la madre de todas las Semanas", porque la madre del hombre Jesús estuvo valientemente con su hijo hasta la muerte.

Y si alguna otra Semana Santa dice que es el padre, no pasa nada. No vamos a competir. Porque hace tiempo que comprendimos que el sencillo milagro que permite que haya comida para todos, el de la multiplicación de los panes y los peces, no es otro que compartirlos en lugar de competir por ellos.

Y resucitar hoy es volver a gritar: ¡No a la guerra!