Culmina otra Semana Santa que sigue la brillante estela de las últimas ediciones. La celebración confirma que, a pesar de los siglos, sigue siendo un agente dinamizador y de vertebración de la sociedad zamorana de una magnitud nunca superada por ningún otro tipo de colectivo sindical, político o social. Parte de esa profunda raigambre que hace que, como la Pascua Judía en las Antiguas Escrituras, marque el inicio de ciclo anual, en una suerte de Año Nuevo coincidente con el equinoccio de primavera. Por tanto, momento idóneo para reflexionar sobre cuestiones capitales para garantizar la supervivencia de algo que va mucho más allá de una tradición secular bajo el peso de la espiritualidad y la fe, sus bases esenciales.

Dos alusiones en el pregón del Domingo de Ramos dan pie a algunas de esas reflexiones. El pregonero, el periodista Sergio Martín, que demandó "respeto" a las diferentes formas de vivir los días que singularizan a la ciudad, retomó las palabras del poeta Claudio Rodríguez al decir que la Semana Santa no es de nadie, porque es de todos. Y esa es, en efecto, lo que dicta la visión de las calles, pobladas por cientos de miles de personas, y de los más de 30.000 zamoranos que han participado en las distintas procesiones desde el Viernes de Dolores hasta hoy domingo. Actos como la imposición de cíngulos y medallones en las ceremonias de entrada de nuevos hermanos y hermanas han dado prueba de que hay savia nueva garantizada. Parece superado el problema de envejecimiento que colocaba en apuros a hermandades cuya media de edad era demasiado alta, mientras los jóvenes desesperaban, declinando al final la participación cuando, al cabo de muchos años, recibían la noticia de su alta.

La Semana Santa, decíamos, es de todos, aunque a menudo parezca lo contrario, puesto que como escaparate de la ciudad, la Semana Santa propicia personalismos que derivan en conflicto e imposibilitan el acuerdo necesario para avanzar. Una característica, por otra parte, frecuente en las sociedades como la zamorana, de pequeñas dimensiones, grandes necesidades y escasos recursos. Pero la afirmación de que la Semana Santa es de todos viene a reflejar esa implicación directa o indirecta de toda la ciudad, en todos los aspectos que condicionan su evolución. Porque las principales actividades económicas, como el comercio, obtienen en esta época buena parte de sus ingresos. Y eso deriva en que una porción sustancial del Producto Interior Bruto de la capital se apoye directamente en la celebración.

La presidenta de la Junta de Cofradías reclamaba mayor implicación a los hosteleros, otro sector claramente beneficiado en esta pasada Semana Santa, tanto en alojamientos como en consumo. La contrapartida a esa implicación debiera ser la participación directa en cuestiones que puedan ser capitales, como las decisiones que atañen al pretendido nuevo Museo de Semana Santa. No es una situación nueva, habida cuenta de que el actual lo hizo posible la intervención de la Cámara de Comercio. Las decisiones que se tomen sobre una instalación necesaria como muestra permanente de lo que acontece, magnificado, una vez al año, deben trascender el seno exclusivo del ámbito semanasantero y no resulta gratuito plantear la existencia de un órgano integrador de todos los colectivos que trabaje de forma ágil y eficaz estableciendo claros los objetivos.

Otra cuestión sería la de analizar la actividad, más allá del sector servicios, que podría generar la Semana Santa. Es verdad que hay nuevos establecimientos dedicados a la fabricación de túnicas y enseres pero a cambio cierran otros más antiguos. Sin embargo, es un campo propicio para establecer actividades ligadas a la restauración tanto textil como artística. Zamora es la ciudad ideal para crear una escuela de formación vinculada a la restauración del patrimonio que derive en la creación de puestos de trabajo con talleres especializados.

La tercera reflexión es una asignatura pendiente que también puede encontrarse en ese "la Semana Santa es de todos" y en las palabras, en el mismo acto, del obispo, Gregorio Martínez, al ensalzar la "lucha" de años hasta que una mujer figure actualmente como presidenta de la Junta de Cofradías. Pero ese cargo no significa que se haya roto ningún techo de cristal. La Semana Santa de Zamora sigue sin reflejar la sociedad real, donde la mujer, aún con dificultades, ha dejado de ejercer de mera comparsa en todos los ámbitos sociales. Todavía hay cofradías que excluyen a quien compone a más del 50% de la sociedad zamorana, a personas amparadas por el Derecho Civil y por el Canónico a formar parte de las asociaciones de fieles que son las cofradías.

Más patético aún resulta que algunos representantes cofrades, los mismos que se empecinan en mantener las procesiones como anacrónico ámbito de exclusividad masculina, se opusieran con vehemencia al nombramiento de una mujer al frente de la Junta pro Semana Santa por el mero hecho de serlo. Peor síntoma para una sociedad pendiente siempre de alcanzar la modernización mientras los discursos teóricos proclaman la igualdad, imposible. Como tarjeta de visita para el turismo que atrae y que se pretende atraer, impresentable. Ni en las señeras celebraciones como Sevilla existe ya lo que no deja de ser un tabú heredado de sociedades machistas de épocas, afortunadamente, superadas.

En otros lugares han sido los obispos los que abrieron, mediante decreto la participación, y parecía que sería así con el primer caso de solicitud de una mujer en la Hermandad de Penitencia. Pero el asunto está ahora en manos exclusivas de las cofradías con el resultado antes mencionado.

Hasta la próxima Pascua quedan más de 300 días en los que habrá que abordar estos y otros aspectos para que la Semana Santa de Zamora siga gozando y fortalezca aún más ese vigor que ha demostrado en la edición de 2017 y que es fruto del esfuerzo colectivo de los zamoranos.