Todo comenzó cuando en 1707, el ingeniero don Joaquín de Churriguera informó que una parte de la capilla meridional de la iglesia de San Ildefonso amenazaba ruina inminente. El arquitecto zamorano don José de Barcia formalizó el presupuesto de las obras que suponían una portada nueva. Una obra de tanta importancia resultaba muy costosa para el Ayuntamiento que no disponía de recursos para hacer frente a tan cuantiosos gastos. Acudió a la buena voluntad del vecindario y al Cabildo catedral para que contribuyeran.

El obispo don Francisco Zapata, que regía la diócesis en aquella época, tenia exhaustas sus arcas por las cuantiosas limosnas que había distribuido por el estado calamitoso de los feligreses, por gastos de armar al clero para rechazar al invasor y por los cuantiosos gastos de fundación del Seminario de San Andrés, con lo que su situación económica era más estrecha todavía que la del Ayuntamiento.

Después de mucho meditar el obispo, antes de contestar a la petición de ayuda que le hizo el Ayuntamiento, decidió responder que, después de tantos años empuñando el báculo desde su consagración episcopal, deseando contribuir a la reparación de la Iglesia de los Santos Patronos Atilano e Ildefonso, quería ofrecer el báculo de plata para que, con su importe se compraran materiales y otras cosas necesarias para la obra.

El Ayuntamiento, agradeciendo la generosa oferta, acordó no aceptarla y devolver el báculo al Obispo. El Prelado insistía y comunicó al Municipio que el báculo quedaba en depósito hasta que emplearan su importe. Este Obispo falleció en 1720.

Don José Gabriel Zapata, sobrino y sucesor en la sede, quiso cumplir la voluntad del donante e hizo pesar el báculo, que tenía ciento dieciocho onzas de plata, y entregó mil setecientos setenta reales que importaba su valor. El Ayuntamiento invirtió esta suma en los escudos de armas de la ciudad y en la inscripción de la portada, que fue lo último que se puso después de terminada la restauración del templo.

Coincidiendo con la subida al trono del rey Luis I, por renuncia de su padre Felipe V a la Corona, se celebraron grandes fiestas, solemnizando la restauración del templo en el año 1724. Se dio la circunstancia de que en este mismo año falleció Luis I de forma prematura el 31 de agosto, volviendo a asumir la corona su padre Felipe V.