María Magdalena va al sepulcro esperando encontrar al Señor, pero parece que no está. No es la única persona que experimenta que "parece que no está". Muchos de nuestros contemporáneos, hombres y mujeres, mayores y más jóvenes, ante la crueldad, la violencia y las catástrofes piensan que "parece que no está". Enfermos, familiares y médicos ante la dureza de algunos diagnósticos pueden pensar que "parece que no está". Las familias que están pasando graves apuros, sin casa, sin trabajo, sin apenas alimento pueden estar tentados a creer que "parece que no está".

Y sin embargo, Jesús no había desaparecido sin más. Nadie se lo había llevado. Él estaba de forma irreconocible como narran algunos de los textos de las apariciones: los discípulos de Emaús o este mismo relato de hoy, unos versos más adelante. Jesús resucitado es irreconocible, incluso para aquellos que más cerca estuvieron de él.

Siempre, en algún momento de nuestra vida de fe, nos habremos encontrado como el sepulcro: vacíos, sin Dios y con la sensación de que todo está acabado. La resurrección de Jesús nos da esperanza porque el sepulcro vacío podría haber significado que se habían llevado el cuerpo de Jesús, pero significó que brotó la verdadera vida; el corazón vacío que podría ser signo de amargura o tristeza, puede ser, a la luz pascual, signo de estar disponibles a ser llenados por completo de Dios. No siempre el vacío es malo, solo lo es cuando no hay esperanza de que Dios lo llene.

María Magdalena ya había sentido seguramente el vacío antes de convertirse en discípula. Es más, se convirtió en discípula porque Jesús supo llenarle el corazón. La desolación que tuvo que sentir cuando murió Jesús debió de ser terrible: perdida como estaba, Jesús le restauró la dignidad y Dios llenó ese corazón, pero ahora está vacío el sepulcro. Ni siquiera busca vida, sino que se conformaría con los despojos de quien le dio un sentido a su vida. No debe de ser muy diferente a nosotros en eso. Nos conformamos con bastante poco: en lugar de buscar el rostro de Jesús en quienes nos rodean, intentar reconocerle en el pobre y enfermo, nos conformamos con verle resucitado en trozos de madera o lienzos que -aunque bellos- tienen más bien poca vida. Desde luego siempre nos seguirá pareciendo que "parece que no está" si nos conformamos con los restos que quedan en el sepulcro vacío de nuestro corazón.