El Redentor Camino del Gólgota", este es el título que Mariano Benlliure dio al paso que realizó en 1931 por encargo de la Cofradía de Jesús Nazareno, vulgo Congregación. Los zamoranos, a este magnífico paso, que representa a Jesucristo cargado con la Cruz, ayudado por el Cireneo, lo llamamos Redención.

En la madrugada del Viernes Santo, la procesión avanza hacia la avenida de las Tres Cruces, todos los pasos desfilan al ritmo de las bandas de música que les acompañan. El paso "Redención" lleva una cadencia distinta, que parece transmitir el caminar cansado, paciente y sumiso de quien sabe el trágico destino que le espera. El Cireneo empuja sin comprender por qué le obligan a colaborar en este trabajo. Él venía del campo, después de una larga jornada de laboreo en la tierra, estaba deseando llegar a su casa para descansar; le acompañaban sus hijos Alejandro y Rufo, que también querían llegar pronto a casa para cenar y jugar un rato antes de acostarse.

Al ver un tumulto de gente, se acercaron a ver qué ocurría. De pronto, los soldados llamaron a Simón y con bruscos modales le obligaron a tomar la Cruz y ayudar a Jesús, que estaba caído en el suelo, sin fuerzas para levantarse. Sus hijos Alejandro y Rufo, al ver lo que le estaba sucediendo a su padre, se miraron interrogantes: ¿ Se escapaban y avisaban a su madre de lo sucedido, o acompañaban a su padre a ver en qué paraba todo aquello?. Ante la imposibilidad de preguntar a su padre, decidieron seguirle hasta el final.

Simón de Cirene, a pesar de la sorpresa y el malestar que, al principio le produjeron los soldados, clavó los ojos en el que iban a crucificar y lleno de curiosidad preguntó ¿Quién es?

Una de las mujeres que había a la vera del camino, respondió; "Jesús, el Cristo, que lo van a crucificar". Hasta el Calvario, Simón no apartó los ojos de aquel personaje condenado a una muerte ignominiosa. Cristo caminaba lenta y pesadamente. Apenas encontró fuerzas para volver la cara atrás varias veces y dirigir una mirada agradecida al Cireneo.

Los soldados, con la misma violencia con que le habían forzado a llevar la Cruz, a la llegada al Calvario, cuando ya comenzaban a quitarle los vestidos a Cristo para crucificarle, obligaron a Simón a abandonar el lugar. Su tarea había terminado. Permaneció en pie, a unos metros del Crucificado, acompañado de sus hijos, que no se separaban de su lado. Miró las cruces de los dos ladrones, miró la Cruz de Cristo y esperó. La noche iba cubriendo el Calvario. Los soldados comenzaban a recoger todos los instrumentos que habían utilizado para la crucifixión. La hora de la muerte de aquellos condenados estaba ya muy cerca.

Se oyó la voz de Jesús que decía: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu".