Se ha instalado un vendedor de limones, de esos de gruesa piel que en algunas zonas llaman "cascarúos", en la puerta de casa. Estuve tentado de comprar uno y darle un bocado, para recordar sabores de la niñez. Yo de niño, como buen niño que se precie, daba el latazo a mis progenitores, cuando íbamos a ver procesiones, pidiendo ir al baño en el momento más inoportuno y exigiendo un limón o una manzana caramelizada o azúcar de algodón. A veces, una rodaja de coco.

Proust tenía su magdalena con la que buscar el tiempo perdido y nosotros no perdemos el tiempo y nos zampamos las torrijas, los limones, el potaje de vigilia y las tacos de bacalao, que dan un sabor distinto a las colaciones de estos días. No es que huela a azahar, es que huele a comida, ya desde bien temprano. Y la cosa va por calles.

Las hay que a las dos huelen a fritanga y las hay que a guiri con colonia y pizza cuatro estaciones, como las hay que huelen a buenos y frescos boquerones. A la caída de la tarde la cosa cambia y el olor de los cócteles en las terrazas o bares de hotel no llegan hasta la calle pero perfuma de ginebra las intenciones de quien se ha atizado un gimmlet o un martini y va ligero y como levitando al encuentro de un trono, de una novia o de una cena a base de sushi o chuletón. Hay una rica, apetitosa y tradicional comida de Cuaresma, que es una época en la que quien más y quien menos ya está intentando eliminar de su cintura un par de kilos por ver si puede de nuevo entrar en esos pantalones que tanto aprietan y por lograr lucir un tipo, si no digno, sí aceptable en las playas. También están a la vuelta las comuniones, que como todo el mundo sabe son comilonas que nos pillan a régimen en restaurantes periféricos especializados en bodas donde nos reencontramos con los familiares y con el cóctel de gambas. A veces hay un maitre que va vestido como maitre del Ritz o que lleva una librea con la que parece un ayudante de Dato o Canalejas. Otras veces hay un encargado que se da menos pisto y se llama Manolo o Antonio y tiene la deferencia de advertir que se pueden repetir escalopines y que conviene guardar sitio para el postre, que es un brownie al que yo llamaría bizcocho con chocolate y que acaba focalizando las conversaciones, toda vez que ya se ha acabado el asunto fútbol y las críticas a la cuñada que no ha venido, "si es que yo lo sabía", a Podemos y al PP. Todo esto, amigo lector, es fruto de la observancia cuando no del hambre sin menospreciar la intención de evocar recuerdos. Menos evocar y más comprar, podría espetarme el vendedor de limones. En España es que somos muy de espetar. Incluso sardinas. Lo llevamos a flor de piel. De cáscara.