De nuevo, Siria se coloca en las portadas de los periódicos para anunciarnos que se ha producido un nuevo ataque químico en la población de Jan Sheijun, controlada por salafistas afines a Al-Qaeda, en el norte de Siria (provincia de Idlid). Según la ONG Observatorio Sirio para los Derechos Humanos, ha sido provocada por aviones del gobierno de Damasco (o menos, probablemente, por rusos). Es cierto que la guerra en Siria ha dado muchas vueltas. Ahora mismo, las infructuosas conversaciones en Ginebra entre oposición y gobierno están permitiendo una cierta calma en los principales escenarios de batalla, salvo en las líneas con las milicias vinculadas a Al-Qaeda, como es el caso, o el Estado Islámico, que han quedado fuera de las mismas. Esta es otra guerra en la que hay un empeño en ganarla por entero, sin acuerdos y pactos y porque, además, es seguro que los radicales tampoco querrán aceptar las reglas de juego impuestas. Sin embargo, tras tantos años de duros combates, la situación se torna aún más peligrosa porque ya hemos perdido la cuenta de las víctimas. Si, al principio, en 2013, Obama advertía a El Asad de que el uso de armas químicas sería contestado por EEUU con una intervención directa, y eso condujo a un rápido acuerdo para destruirlas (incluso se otorgaría a los responsables un prematuro Nobel de la Paz), todavía quedan algunas de tales toxinas en los arsenales sirios. Pero, a pesar de todo, ¿de qué ha servido escandalizarse por el uso de armas prohibidas si la guerra se ha prolongado unos años más y ha derivado en más y más muertos? ¿Tanto importa la clase de muerte como la muerte misma?

Es difícil de entender y valorar como es posible que lo que entonces fue una seria advertencia que forzó a Damasco a actuar, hoy, parece que ya nadie se acuerda de ello. Total, unos muertos civiles más. La guerra civil siria está llena de capítulos de horrores que, en su mayor parte, desconocemos. Las denuncias de las ONGs sobre los miles de sirios que han pasado por las cárceles del régimen siendo vejados y torturados son incontables.

La violación de los derechos humanos, no solo en lo tocante al uso de armas químicas, cuyo daño, es cierto, es horrible, pero que tampoco ha de diferenciarse de la muerte más humanista de las armas convencionales, es una realidad tan cotidiana que ya ha perdido su significado, ni nos altera. Y esto no acaba. Cierto es que, para unas sociedades como las orientales, en donde la defensa y garantía de los derechos humanos es tan liviana por parte de los gobiernos, por no decir inexistente, deriva en aquella frase que afirma que allí la vida tiene poco valor? lo tiene, y mucho, lo que pasa es que no están acostumbrados a reaccionar como sociedad civil, a exigir responsabilidades. Son más insensibles, pero eso no significa que no les afecte. La policía y el ejército son cuerpos armados integrados por seres humanos normales, que valoran sus vidas, pero no las de los demás, porque no se toman medidas adecuadas para atajar tanta violencia. Seguro que hay soldados con escrúpulos a la hora de disparar a civiles inocentes, pero? tras más de seis años de combates ya solo ven enemigos, matar o morir. El tiempo parece detenido en Siria. La incapacidad por parte de las tropas gubernamentales por tomar los enclaves rebeldes a un coste militar aceptable ha forzado a negociar una tregua. Si bien, sabemos que las condiciones no van a ser favorables para los rebeldes. Confiar en un gobierno despótico es muy difícil. Damasco ha de ofrecer una seguridad taxativa y absoluta de que no habrá represalias por su parte, pero su credibilidad está bajo mínimos tras negar toda responsabilidad en la guerra civil. Lo ocurrido en Jan Sheijun, por otra parte, nos desvela el desprecio que sigue habiendo por los ciudadanos del país. De acuerdo que es imposible ganar una guerra calculando el coste mínimo de bajas civiles, porque las guerras se ganan, en mayor medida, utilizando todos los medios al alcance para destruir al enemigo. La SGM es un ejemplo de ello, los aliados no dudaron en bombardear con dureza las costas normandas el famoso D-D, ahí se estima que se produjeron 30.000 bajas civiles franceses. Sin olvidarnos de los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki, y tantas otras ciudades alemanas y japonesas.

El fin de tales masivos bombardeos aéreos eran desmoralizar a la población. Causaron miles de víctimas mortales. Cierto es que mataron a los enemigos del país, aun así, incumplían las leyes morales de la guerra. Tampoco en la Guerra Civil española hubo escrúpulos a la hora de destruir núcleos de población civil desde el aire, este mismo año, se conmemora el aniversario del 80 aniversario de la tristemente y célebre de Guernica? las guerras son nefastas, terribles y devastadoras. No hay amigos sino enemigos, no hay buenos ni malos, solo objetivos que han de cumplirse para lograr un fin. La moral, la ética o la razón, en sí misma, cuentan poco. Se trata de quién utiliza la fuerza más brutal y desmedida para alcanzar la victoria. Por ello, el hecho de que hay cierta toma de conciencia sobre el uso de las armas químicas resulta hipócrita. Son unas armas terribles inventadas por el hombre, pero ¿cuáles no lo son?

La experiencia de la IGM fue espantosa para los soldados que tuvieron que padecerla. Hasta el mismo despiadado Hitler se negó a utilizarlas en la SGM porque las padeció en su día cuando era soldado. Y, sin embargo, todos los efectos de las guerras son, por lo demás, igual de letales. EEUU utilizó el napalm de forma indiscriminada en Vietnam y no sufrió, por eso, las iras del mundo libre. Dejémonos de hipocresías. La guerra es nefasta. No es más humano morir de una bomba convencional que de un agente químico, es más doloroso, eso sí, más desalmado. Pero en una guerra en donde la insensibilidad ha alcanzado tal límite, la única forma de actuar con cierta decencia es imponer sanciones y actuar contra el agresor de la forma más dura posible, para que acalle definitivamente toda clase de violencia.