Las pequeñas (grandes) historias que reproduce Facebook en nuestros muros se están convirtiendo en uno de los métodos más efectivos de comunicación: son breves, tienen imágenes seductoras, grandes rótulos y un mensaje con el que es casi imposible no empatizar. Recuerdo una en la que un matrimonio llega con su hijo a la consulta del médico y, antes de entrar, mira con cierto desdén a un inmigrante que aguarda en un banco, el "extranjero" que quiere aprovecharse del sistema sanitario de un país ajeno? El caso es que la familia accede a la sala y toma asiento. Es entonces cuando el médico ordena llamar al personaje anónimo y lo presenta en sociedad: es el donante que ha salvado la vida del pequeño de la pareja.

Las apariencias engañan, en efecto. Y lo hacen muy a menudo. La frenética velocidad con la que se suceden las noticias en las redes sociales -entre ellas, cada vez un mayor número de informaciones falsas, medias verdades y afirmaciones sin fuente conocida- han eliminado nuestra capacidad de comprensión y de reflexión. El peligro es evidente: el titular de la noticia es ese inmigrante que espera su turno en la consulta. Renunciamos a acompañarlo al despacho del médico y aceptamos de buena gana un mensaje distorsionado, con frecuencia opuesto a la realidad.

Una de las primeras lecciones de periodismo, del clásico, es la famosa "pirámide invertida". Lo más importante, lo verdaderamente noticioso, al principio. Y no por gusto. La necesidad de componer una noticia en el espacio limitado que brindaban las ancianas linotipias era palabra de ley. Si los detalles superfluos se quedaban fuera de las letras de metal, tanto daba. La revolución informativa de las redes sociales ha dejado aquellas lecciones en la Prehistoria, apostando por métodos como "la punta de la pirámide". De la noticia, tan solo se ve una minúscula parte, de nuevo el inmigrante de apariencia sospechosa.

Este fenómeno es el origen de la "realidad segmentada" que censura Rutger Bregman -el joven historiador holandés que defiende con naturalidad "utopías" como la renta básica o jornadas semanales de quince horas-. Un mapa distorsionado de la sociedad y del mundo, que coloca en la punta de la pirámide lo más negativo del ser humano. Y lo que es aún más grave: el riesgo de una pirámide sin pirámide, de un relato sin relato. Del inmigrante que no llega a cruzar la puerta de la consulta.