La Semana Santa de Zamora se apresta a escribir una página más de su amplia y rica historia. Lo hace con buenas perspectivas para repetir la brillantez de los últimos años: las predicciones meteorológicas, que tanto condicionan la celebración, son buenas y los hoteles esperan afianzar la demanda que garantizan unos días en los que la ciudad bulle y muestra lo mejor de sí misma.

Pero, lejos de servir de excusa para caer en la complacencia, este nuevo año pascual que se iniciará a partir del próximo Domingo de Resurrección, puede ser clave para trazar las líneas maestras de la fiesta mayor de la capital zamorana que implica a toda su sociedad en alguna de sus múltiples vertientes, desde la más espiritual a la económica.

Las cofradías de Semana Santa aún no han concluido sus deberes. Cierto es que se han atenuado los enfrentamientos abiertos que tanto daño hacían a su imagen, sin tener en cuenta que es por la que, a menudo, se identifica a la propia ciudad, pero polémicas tan extemporáneas como la protagonizada por la Real Cofradía del Santo Entierro, seña de la máxima solemnidad y oficialidad de la Pasión zamorana, demuestra que hay debates que deben zanjarse de una vez por todas.

La singularidad de la Semana Santa zamorana es, precisamente, su heterogeneidad: la convivencia de procesiones tradicionales con numerosos grupos escultóricos, esa espectacular puesta en escena del Evangelio en la calle, con aquellas que componen el otro modelo de recogimiento que es también seña de identidad de la celebración. Cada una de ellas tiene, por tanto, características y necesidades distintas, pero la Semana Santa de Zamora que traspasa fronteras y que es objeto de atención de la prensa internacional la componen todas ellas.

Mucho han cambiado los tiempos, como indicó el obispo Gregorio Martínez, en su alocución en la última asamblea de la Junta de Cofradías. Al cabo de 120 años de la creación de la primera Junta de Fomento auspiciada por el alcalde Ursicino Álvarez, una mujer rige los destinos del máximo órgano entre hermandades. Un símbolo de cambio, sin duda, que debe extenderse motu proprio a aquellas cofradías que aún se resisten a la evidencia de la incorporación de la mujer.

Y en ese no caer en la complacencia por parte de los directivos se debe incluir también, obligatoriamente, el planteamiento de una celebración que tiene como reto mantener su esencia religiosa y cultural al tiempo que se consolida como "tarjeta de visita" para una ciudad y una provincia que se empeña en enunciar el turismo como uno de sus pilares de desarrollo pero que aún figura a la cola nacional y de Castilla y León. Lo exponía hace una semana, en estas mismas páginas, el director general de Caja Rural Cipriano García: La región recibe, cada año 1,6 millones de turistas. Zamora a 29.000, solo un 2% a pesar de las enormes posibilidades que todos los expertos enumeran una y otra vez como potenciales.

Esa ciudad vibrante y cuidada que se esmera en atender al visitante durante los días de Semana Santa sigue siendo la mejor embajadora y como tal debe ser tratada. No es gratuito que la Junta pro Semana Santa quiera aumentar significativamente la partida destinada a promoción. Otra cosa es analizar si las fórmulas empleadas para la promoción son las adecuadas. Si Zamora puede codearse sin complejos con las grandes como Sevilla o Málaga, no puede utilizar como reclamo de feria reclamos trasnochados o demasiado vistos, mientras los demás recurren a las últimas tecnologías.

La Semana Santa zamorana sigue siendo un elemento vertebrador de la sociedad, es evidente. La movilización de los zamoranos residentes y emigrantes a través de sus votos, ha dado esta misma semana como resultado que la celebración fuera elegida, en una publicación de tirada nacional, la mejor de España. Resulta inexplicable que esa entrega no vaya acompasada con la publicidad institucional que merece. Zamora fue declarada de Interés Turístico Internacional hace más de un cuarto de siglo, cuando conseguir dicho marchamo solo estaba al alcance de unas pocas y es la única declarada bien inmaterial de interés cultural. Otras celebraciones que consiguieron el marchamo turístico mucho más tarde ponen en marcha stands propios en estaciones de tren como Chamartín o empapelan el Metro de Madrid.

Y en esta labor de promoción perpetua que se extiende a toda Zamora desde la Semana Santa tiene una importancia capital otro asunto pendiente: un Museo digno. He ahí un reto mayúsculo, porque no se trata solo de habilitar mayor espacio o dignificar la exposición de los grupos escultóricos. No vale un museo a la manera tradicional porque el verdadero centro de interpretación debe cumplir con un objetivo que se antoja muy difícil: reproducir ese ambiente único que conmueve a todo el que llega y vive con Zamora su Pasión. El futuro Museo exigirá esfuerzo creativo y, obviamente, económico. Los responsables habrán de reflexionar, más allá de su ubicación o de su concepto museístico, los costes de construcción y, sobre todo, de mantenimiento. Retos que deben afrontarse aunque ello implique revisar el propio funcionamiento de la Junta de Cofradías. El esfuerzo y la unidad hicieron posible el milagro otras veces. Toca de nuevo a Zamora hacer de la necesidad virtud y afrontar con prudencia y valentía el futuro de su Semana Santa.