Cuando llegó al poder el PP, a finales de 2011, gozando de una mayoría absoluta histórica, se pensó que además de enfrentarse a la crisis de la que el nefasto Zapatero nunca se enteró hasta que la tuvo encima y le aplastó, aprovecharía la oportunidad para derogar o cambiar leyes con las que no podían estar de acuerdo buena parte de sus votantes, al menos aquellos que orientan sus votos con severos criterios ideológicos. Pero no fue así, y como se recuerda, Rajoy no solo incumplió todas sus promesas sino que mantuvo las normas de las legislaturas anteriores, con leves modificaciones si acaso, y todo con el único objetivo de no perder electores pese a su gran mayoría, estrategia que le llevó a perder cinco millones de votos. Pero hubo una ley que sí varió rápidamente, y es la referida a la situación de RTVE.

Que aunque es en teoría un órgano estatal, y debiera serlo por encima de todo, resulta que desde que funciona ha sido siempre, de hecho, un portavoz gubernamental al servicio del partido que estuviera en el poder, y de su cúpula dirigente. Porque en el exceso y los abusos han incurrido siempre los del bipartidismo, tanto el PP como el PSOE, utilizando el medio para sus fines políticos que siempre han sido los de mantenerse en el poder al precio que fuera. Y otro tanto ocurre con las lastimosas televisiones regionales, otro despilfarro más de los muchos que se producen. Claro que la labor de propaganda unos la hicieron más disimuladamente que otros, que es lo que en general ocurrió en las épocas de gobierno socialista, mientras por el contrario el PP en este sentido nunca se contuvo un pelo.

De modo que al llegar Rajoy a La Moncloa se variaron las disposiciones, se acabó con el consenso entre partidos para nombrar los consejos y la dirección general, y se comenzó una nueva era que además de superar las pérdidas económicas anteriores ha acabado con la credibilidad informativa del medio. Hasta tal punto es evidente la manipulación política que los trabajadores se sienten a veces avergonzados por la burdas maniobras existentes y protestan con sus firmas. El resultado es que la televisión con más recursos humanos y materiales que todas las demás juntas, y empeñada encima en competir con la programación, cuando ese no debe ser su objetivo, va a la cola en audiencia. Pero es igual. Todo ha seguido siendo controlado a favor del que manda, del PP. Lo malo para ellos es que se ha encontrado con que ya no disfrutan de la mayoría parlamentaria anterior, y los partidos de la oposición han puesto freno a la situación, contando incluso con el apoyo de Ciudadanos.

La presión es tan fuerte que al Gobierno no le ha quedado otra salida que ceder y antes de ser derrotado nuevamente en el Congreso admitir el retorno al consenso para la elección entre todos de la dirección general del ente a favor de una persona no de partido que pueda conducir la cadena por unos cauces admisibles de neutralidad y de calidad. Ahí, en el consejo de RTVE sí que se necesita, igualmente, una renovación a fondo, con gente que conozca el medio y que sea capaz de dar un giro y una definición clara y objetiva a lo que tiene que ser una televisión estatal y pública. Y si no, que se privatice.