Sorprende tras la contemplación de bellas tallas de Cristo en Semana Santa que su representación gráfica más antigua sea una burla, quizá una delación, conocida como el "grafito de Alexámenos". Se trata del dibujo tosco de un crucificado con cabeza de asno y una inscripción debajo: "Alexámenos adora a su Dios". Pudiera ser el insulto de un soldado romano a su compañero de armas, por el sitio donde tuvo lugar el hallazgo, en el Palatino. Dejando la cuestión del graffiti a los expertos, sabemos que las cosas no pudieron empezar peor en los comienzos del cristianismo y poco mejor siguieron a no ser que aceptemos que las dificultades y peligros de los nuevos creyentes fueron ventaja para la expansión como ya reconocía en el siglo II el escritor Tertuliano: "La sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos". Pero a los ojos de la mentalidad pagana dominante aquello era superstición, locura y escándalo, palabra ésta utilizada por San Pablo que lo sufría en propias carnes y lo certificaba en las cartas con una lista de padeceres y sufrimientos para que nadie se engañase del peligroso jardín en el que se metía si optaba por la conversión. Él no quería presumir aunque algunos cristianos nuevos empezaban a hacerle la cama o lavarle la camisa cuando se daba la vuelta. Aún así no hace falta señalar el poder persuasivo de sus cartas que, sin servicio postal, nos han llegado hasta hoy a base de fe y caligrafía. Si algo funcionó bien y pudo sortear la censura fue la red social de los nuevos creyentes, de boca a boca, de carta en carta. Era adecuada la estrategia de sinceridad de Saulo, que no conoció a Jesús y a pesar de ello entregó su vida primero a perseguirlo con saña y después a defenderlo hasta la extenuación. Antes que los evangelios empezaron a circular sus cartas, de las que alguna se tiene por el documento cristiano más antiguo escrito. En la Carta a los Corintios incide en el vocablo "escándalo" para resumir lo insólito y extraño del mensaje cristiano, lo "heavy" que era para aquellos tiempos predicar la igualdad y el amor de los hijos de Dios en una sociedad esclavista. En aquella Roma imperial tan poderosa los cristianos, a mayores de provocar dialécticamente, tenían jefes judíos que aunque no entraban en política su pueblo estaba buscándole las cosquillas a Roma, por lo que todo ello no hacía más que complicar las cosas. Lo de meter la cabeza en la boca del león que decimos hoy para significar el exponerse temerariamente a un peligro, por entonces era, como bien sabemos, algo más que una metáfora. Sin embargo, para protegerse, los nuevos fieles no usaron la contraseña de la cruz sino las letras griegas del alfabeto: alfa y omega (significando Dios, principio y fin) así como el dibujo de un pez, acrónimo en griego de Cristo.

En España hay restos arquelógicos cristianos muy antiguos que contienen una cruz, tanto el último hallado en Linares del s.IV como el famoso crismón de Quiroga (Lugo) s.V, no lejos de donde escribo estas líneas. Aquí también pintaron bastos los primeros años de la predicación cristiana. El Apóstol Santiago no cosechó demasiado éxito, que sepamos, con la predicación del escándalo de la cruz, aunque después los discípulos se encargaron de perpetuar su memoria.

La memoria de la cruz la pone en escena con excelso arte y devoción Zamora, cuya Semana Santa es la fiesta de la Cruz por excelencia. Cultura, devoción y patrimonio común, "escándalo" convertido en manifestación colectiva de fe que es marca de la casa, el barrio, la cofradía, de la urbe en general que se entrega a ser ella misma a la vista de todos. El escándalo de Zamora.

El imperio que combatía al cristianismo fue en realidad el que a la postre lo expandió y no sólo por el hecho de la conversión del emperador Constantino sino que con el lábaro que portaba bien visible el ejército romano iba también ese otro interior en el pecho del soldado convertido; uno de ellos, sin duda, Alexámenos.

En esta Semana Santa me voy a hacer un selfie ante el crucificado de mi pueblo y copiando del vetusto graffiti voy a reenviarlo con esta inscripción: Alonso adora a su Dios.