Una de las metas de la mayoría de los seres humanos es conseguir ser felices. Las sociedades avanzadas ya han señalado un día para festejarlo, el 20 de marzo. Desde 2013 Naciones Unidas se apresuró a reiterar la importancia de la felicidad en la vida de las personas y se publicaron un puñado de objetivos que, por supuesto, no se han cumplido, para lograr un mundo mejor con un desarrollo sostenible, entre otros, poner fin a la pobreza, reducir la desigualdad y proteger nuestro planeta.

Fue Jigme Singye Wangchuck, el rey de Bután quien, en 1972, debido a la pobreza en que se veía sumido su país, declaró por decreto, el FBN, (Felicidad Nacional Bruta), también conocido como el FIB o "Felicidad Interna Bruta", ya el título es definitorio para el que sepa leer entre líneas. Se defendían cuatro apartados imprescindibles si se quería ser feliz, un desarrollo sostenible e igualitario, la preservación de los valores culturales, (ellos visten el traje tradicional para que no se pierda la esencia), la conservación del medio ambiente y un buen Gobierno (se puede suponer que honesto, unido, que mire por el bien del pueblo en vez de por los intereses de cada partido y los personales, para que nos entendamos, que no meta la mano en la caja, ni coloquen a amiguetes o familiares en puestos que nos les corresponden). Y se declaró por decreto, que en Bután se vivía muy bien.

Ahora, en el último Informe Mundial de la Felicidad, (papel mojado, siguen ocurriendo desastres en el mundo a los que nadie pone remedio, como pueden comprobar, todo son escritos y más escritos y estructuras funcionariales pantagruélicas, cuyo elevado coste se carga a los bolsillos de los contribuyentes, antes se preocupaban de estos temas los filósofos, desgraciadamente también una especie en vías de extinción) se nos confirma que Noruega es uno de los países que ocupa la primera posición en lo que a felicidad se refiere, porque existen niveles altos de confianza mutua, propósito común, generosidad y buen Gobierno.

Incluso, ha nacido un nuevo concepto en los países nórdicos, de la mano del escritor Meik Vikink en su libro: "Hygge". El arte de disfrutar de las pequeñas cosas. "Hyggy" (al parecer se pronuncia "juga") significa bienestar, como antídoto de un consumismo exacerbado, centrado en la calma, en el cobijo hogareño, en entregarse al momento, acurrucarse en el sofá con la persona que amas, en una comida compartida con amigos, en observar la luz que entra por tu ventana, contemplar una puesta de sol, en definitiva, crear un ambiente cálido.

Es decir, que se nos vende la felicidad para personas con posibles, los que nada tienen no son felices en el papel. Sin embargo, he viajado por países africanos, pobres y he comprobado que la gente ríe más allí, algo no me cuadra.

Pero sigamos con la puesta de sol.

Resulta que un periodista de raza y escritor, Michael Booth ha publicado a su vez un artículo en el periódico "The Guardian", titulado: Tierras oscuras: la triste verdad del mito escandinavo, donde resume las ideas de su libro sobre la gente casi perfecta: "The Almostnearly perfect people", en el que analiza esa utopía.

Simplemente resume algunos de los problemas con los que se encuentran los ciudadanos de dichos países, por poner algunos ejemplos, cita a Finlandia como uno de los mayores exportadores de armamento del mundo, y a Dinamarca como un país con grandes problemas de salud, ya que según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, son los daneses los que más antidepresivos consumen, abogan por un medio ambiente limpio y son grandes exportadores de petróleo, el clima es horroroso, ya que hace un frío extremo, la oscuridad es total, en invierno se ponen caras largas y nadie se mira, mientras que en verano parecen todos grandes amigos, se produce segregación en muchos colegios, se da una integración superficial de los refugiados, y un partido defensor de ideas xenófobas, comparte actualmente el poder, por no hablar de los escándalos de las casas reales?

A ver, a mí me parece que se nos intenta vender una moto que no existe. Deberemos aprender a ser más críticos con todo aquello que se nos ofrece en los medios de comunicación y en la vida.

Pero además porque eso de medir la felicidad, que no deja de ser una percepción subjetiva, no puede hacerse con encuestas matemáticas o informes de personas que no conocen, ni han pisado los países de los que se habla.

En Occidente se piensa en la felicidad, generalmente, como en una consecución de deseos materiales: poder, dinero, fama y a veces espirituales. Pesa más el tener que el ser. En Oriente se defendía, ahora las cosas han cambiado también, que la felicidad surgía en el interior del hombre, y se relacionaba con la armonía, la paz interior. No es una constante y depende de las sociedades donde uno viva para percibirla de manera diferente.

Lo que sí es cierto que yo cuando estoy en Sevilla, por ejemplo, y veo a un tipo sentado en una terraza cantando y tomándose una cervecita con olivas al sol, haciendo reír a la gente que tiene alrededor, sin importarle lo que ocurra en el mundo, me da la sensación de que ese hombre es feliz, todo ayuda, el ambiente cálido lo lleva puesto, y la luz está presente todo el año en la ciudad, porque en pleno febrero ya apuntan los jazmines y las flores y el olor a incienso por las calles, y la gente se comunica con esa gracia especial que les ha sido concedida, y no creo que todo eso se pueda reflejar en una encuesta, y por supuesto no se puede comparar, con la vida que tienen los habitantes de los países del hielo, encerrados en sus casas con las luces encendidas, como aletargados durante tanto tiempo. Además, muchos de ellos, escogen España para retirarse, mientras nosotros seguimos aquí porque no necesitamos ir más allá. Por algo será.