Hace sesenta años de la plasmación política en Roma del sueño de una Europa unida tras un rosario de guerras cuyo colofón habían sido ya en el siglo XX las dos grandes guerras mundiales. Una unión que partía humilde en su ejecución, centrada solo en algunos muy concretos y delimitados aspectos económicos, pero que partía ya con la idea insuflada por De Gasperi, Schuman y Monnet, sus principales artífices ideológicos, de que habría de avanzar hasta culminar con una completa y verdadera unión política, social y de fronteras en lo que vendrían a ser los Estados Unidos de Europa.

Sesenta años después, quedan en el balance algunos grandes fracasos como su incapacidad para evitar o detener las guerras de los Balcanes o la crisis de los refugiados, la falta de valentía para afrontar una verdadera política de seguridad común o la renuncia a muchas cuestiones propias en beneficio de la integración de todos. También algunas dudas, por ejemplo sobre la conveniencia o no de la apertura a un país como Turquía con un presidente tan escasamente democrático como compatible con los valores del humanismo occidental que representan a Europa, pero que también en caso contrario puede caer en la involución hacia el islamismo.

El saldo en todo caso, es netamente positivo. Hemos llegado hasta un lugar avanzado del camino sin que nadie se lo creyera del todo. De los 6 países iniciales a los 27. De la sombría amenaza de la guerra fría a la completa eliminación de las fronteras interiores y el libre tránsito de personas y mercancías. Del recelo y los enfrentamientos históricamente sostenidos a la cooperación, los fondos económicos para el equilibrio y el esfuerzo por las acciones conjuntas.

Pero, como ocurre en buena parte de los procesos, naturales o provocados por la acción humana, cuando dejan de avanzar desembocan en retroceso. En eso nos encontramos en estos tiempos de incertidumbre en los que, por no haber dado más voz a los ciudadanos que a políticos y altos funcionarios, pareciera que la Unión Europea es la madre de todos los males. El Reino Unido ha votado por el abandono de una unidad dentro de la cual realmente nunca se consideraron del todo integrados y la bandera de la destrucción de lo construido se enarbola no sin posibilidades de éxito por radicales y populistas en general en Francia, Países Bajos, Italia y otros países miembros.

También en España, de vez en cuando la demagogia de Podemos flirtea con los ataques a esa Europa que dicen de los mercaderes. Pero es esa misma la que lleva aportando a nuestro presupuesto grandes partidas presupuestarias desde nuestra entrada hace treinta años ya. La de los fondos Feder o Interreg y la que nos permite exportar nuestros productos sin traba alguna a un mercado de quinientos millones de europeos.

Aunque no esté de moda decirlo últimamente, necesitamos más Europa y no menos para mantener a nuestro viejo y multilateral mundo en equilibrio con las grandes potencias unilaterales, Estados Unidos, Rusia y China y ante la real amenaza islamista.

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