Uno de los pocos aciertos del nefasto Zapatero, si es que en verdad tuvo alguno, fue conseguir la tregua definitiva del terrorismo etarra, después de haber sido rota con anterioridad y tras diversos intentos por parte de su Gobierno y anteriormente por el de Aznar, que estuvo a punto de lograrlo, aunque hubo aspectos por los que el entonces presidente no aceptó. Pero en octubre de 2011, en plena crisis, y a punto de iniciarse la era Rajoy, ETA anunciaba el cese de su sanguinaria actividad terrorista que había durado 50 años, aunque sin aludir para nada a su disolución.

Más adelante, casi tres años después, los dirigentes de la banda asesina pusieron en escena una burda pantomima de entrega de armas, apenas simbólica, con unos encapuchados representando a los etarras y algunos observadores internacionales como fondo. Pero sin referirse para nada tampoco a la exigida desaparición de la criminal organización. Aquello, por supuesto, no convenció a nadie, empezando por el Gobierno de la nación, pero el hecho es que ETA no ha vuelto a atentar y que sus ramas políticas se han organizado y obtenido fuerte presencia democrática en las instituciones. Mientras, por su parte, las fuerzas del orden españolas han mantenido sus actuaciones contra los terroristas hasta el punto de que en esos seis años transcurridos han sido detenidos 132 etarras y han sido desarticulados diversos zulos, la mayoría en Francia, cuyas autoridades siguen cooperando en todas la operaciones.

Así estaban las cosas en los últimos tiempos, cuando sorprenden los etarras anunciando desde los medios franceses una entrega total de armas que habrá de culminarse el próximo 8 de abril. De una posible disolución, nada, nuevamente. Y eso es lo que ha vuelto a exigir el Gobierno: la desaparición completa y absoluta de una organización de tan triste memoria en España, que tanta sangre y tanto dolor han causado, con más de 800 muertos. Pero ni Francia, también directamente implicada, ni Rajoy, parece que pondrán obstáculos para el desarme, aunque no deje de temerse que sea una nueva añagaza, un gesto con espurios fines, y aunque vencida por las fuerzas del orden y muy debilitada en sus estructuras, siga ETA manteniéndose en las sombras como una perpetua amenaza y una herramienta negociadora de cara a las reivindicaciones que mantienen respecto a sus terroristas presos en las cárceles del país.

Ambiciona la siniestra banda o lo que quede de la misma, que los terroristas sean trasladados a las prisiones cercanas del País Vasco, algo que lograrían, posiblemente, en caso de disolución. Pero que no lograrán del modo unilateral que pretenden. Los expertos creen que las armas que entregarán pueden encontrarse obsoletas o en mal estado y sobre todo que en el arsenal no se encuentre ya ninguna de las utilizadas por los etarras, para que no puedan servir como elemento identificador. Existen todavía más de 300 asesinatos sin resolver, que la sociedad entera ni olvida ni va a olvidar nunca tras tanta crueldad, tanta maldad, tantos crímenes. Aun así, hay que esperar que de un modo u otro este nueva rendición pueda ser un paso más para cauterizar, que no cerrar, la herida de tan trágico capítulo de la historia de España.