Cada cierto tiempo en los casi diez años que ya cumple esta columna, traigo y refresco uno de mis temas recurrentes sobre Zamora. De los que mueve al optimismo o mantiene las esperanzas sobre una provincia que en tantos otros aspectos sigue asomada al precipicio por la pérdida de población, el envejecimiento, la ausencia de estímulos a la inversión y el emprendimiento y la desaparición del mundo rural.

En ese ecosistema tan poco favorable, solo nos sostienen algunas brillantes excepciones colectivas como Cobadu, Caja Rural, Gaza o las que conllevan el marchamo de Denominación de Origen e Indicación Geográfica Protegida. Con ellas, germinan de tanto en tanto y en cualquier rincón de nuestra geografía esporádicas iniciativas individuales, aisladas y sorprendentes. Iniciativas que parten de un sueño, del amor por una tradición, del recuerdo de algo antiguo ya desparecido o moribundo o bien de un deseo de ruptura, de sublevación contra lo que de otro modo parece convertirse en destino inevitable. Y con el peso específico que en nuestra provincia tienen la agricultura y la ganadería, es precisamente en ese ámbito donde nos encontramos con queseros industriales o artesanos que producen poco pero de máxima calidad y lo venden todo. Con bodegueros que apuestan por su toque personal original y cada año van incorporándose a la ya nutrida nómina de etiquetas de Toro, Arribes o de la Tierra, a las que los grandes gurús reconocen con prestigio nacional e internacional. Y con propuestas empresariales con otros productos en búsqueda de la calidad y la excelencia.

Hoy me quiero quedar brevemente con dos iniciativas muy distintas por tamaño, objetivos y calado actual pero muy representativas de lo que se puede y se debe hacer. El primero, un proyecto de industria agroalimentaria de largo y extenso alcance aunque sus promotores hayan querido revestirlo siempre con apariencia humilde. El proyecto cárnico como el de Moralejo Selección, reconocido con su fuerte y compatible presencia en algunos de los más complicados mercados mundiales por razones culturales y religiosas, los regidos por la cultura religiosa árabe-musulmana y la judía. "El cordero de las tres culturas" titulaba recientemente una revista que recogía una apuesta por la que en inicio solo sus promotores parecían creer y de la que, como en los icebergs, es mucho menos lo que se ve desde cerca que lo que hay por debajo de la superficie. Mucho menos lo que conocemos el común de sus vecinos que lo que representa ya en facturación, penetración de mercado y proyección internacional.

El otro proyecto, modesto en tamaño, excelso en calidad es el de Douroliva en Fermoselle. Elaborar gota a gota aceite virgen extra de máxima categoría o como a Tomás, su promotor, le gusta decir, puro zumo de aceitunas de Los Arribes. Una empresa no nacida para la cantidad sino para la calidad, que vende en pequeñas botellas, casi de perfumista, el alimento de los dioses, verdadera ambrosía. Unos y otros contribuyen a que en adelante también los dioses nos puedan ser más propicios.

www.angel-macias.blogspot.com