La vergüenza ajena que llevamos años y años sufriendo los españoles con lo que viene sucediendo en la Cataluña separatista, no cesa y por el contrario va en aumento cada día; tal vez hasta consigan la imposible secesión. Porque todo sigue igual: el Gobierno remitiendo el desafío a la justicia y fiando en que le saquen la patata del fuego, y los independentistas envalentonados y siguiendo su hoja de ruta. Cuando el Estado tiene a través de la Constitución elementos y herramientas más que suficientes para haber cerrado ya esta deplorable historia hace mucho, cortando de raíz la intentona.

Pero son ellos, los secesionistas, los que siguen moviendo ficha, con Rajoy siempre un paso por detrás y sin querer mojarse nunca. Por unas y otras causas, dan la impresión de vencedores al menos desde fuera, como acaba de ocurrir ahora mismo con la condena tan leve, testimonial, sufrida por Artur Mas, el ex presidente de la Generalitat y de la antigua Convergencia, Partido Democrático de Cataluña en la actualidad, y mesías irredento, junto a Ezquerra Republicana y otras hierbas del loco movimiento en favor de la independencia de aquella región española. Que si siempre se supo de qué pie cojeaba, fue el disparate de las autonomías, en tiempos de la transición, el que facilitó las alas.

Precisamente cuando las sospechas e indicios de corrupción en torno al partido de Oriol primero y luego de Mas se han incrementado con los testimonios del escándalo del Palau reconociendo las mordidas del 3 por ciento, o más, ya delatadas desde otros diversos lados, el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña ha impuesto al ex presidente una inhabilitación de cargo público de dos años, por malo o sea, por desobediencia al Estado, pero sin tener en cuenta la acusación de prevaricación por la celebración de la consulta del 9 de noviembre de 2014, motivo del procesamiento, y lo más curioso: por entender que tal vez Más no entendía como ilegal el referendo, al que ellos llamaron consulta.

Diez años de inhabilitación solicitaba el fiscal, que tampoco apretó demasiado, que en algunos puntos más parecía un abogado defensor como está sucediendo últimamente con algunos fiscales, y que ni siquiera sabe si recurrirá al Supremo, como si se diera por satisfecho con el fallo. Mientras Artur Mas, que se confesó responsable una y otra vez, públicamente, del 9-N según cuyos resultados los catalanes querían ser independientes, ya ha anunciado que recurrirá a todo lo que se pueda recurrir, incluso al Tribunal de Estrasburgo, si es necesario. Pero eso sí, no podrá figurar en las listas electorales mientras no se resuelva la cuestión, aunque pudiera ocupar cargos de relieve interinamente.

Las reacciones no se han hecho esperar, todas en la linea previsible. Los separatistas, engallados, aseguran que no aceptan ninguna negociación, secreta o no, con el Gobierno, y que harán, si o si, el referéndum prometido por el presidente Puigdemont, al que la inhabilitación de Mas refuerza al frente de la Generalitat. Del resto de los partidos, los de izquierda respetan a la justicia, dicen, mientras PP y C´s aseguran que el que la hace, la paga. Barata les está saliendo a los del independentismo su traición.