El pasado miércoles se celebró el Día Internacional de la Mujer Trabajadora. Con tal motivo, durante los últimos días se han desarrollado infinidad de actos: concentraciones y manifestaciones en calles y plazas, conferencias, tertulias y debates en los escenarios más diversos (escuelas, universidades, ateneos, bibliotecas, librerías), reportajes y programas en los medios de comunicación o exposiciones itinerantes sobre situaciones y problemas específicos de las mujeres. Por norma general, en todos ellos latía un mismo denominador común: llamar la atención sobre la desigualdad en la que aún hoy se encuentran muchas mujeres con respecto a los hombres en diferentes campos: el acceso al empleo retribuido, los salarios, los puestos de responsabilidad que se desempeñan en empresas y organizaciones, la mayor o menor presencia en la esfera pública, el reparto de las tareas domésticas, la identidad sexual, la violencia en los distintos ámbitos de la vida cotidiana o el uso simbólico del cuerpo humano.

No siempre, sin embargo, hemos escuchado opiniones a favor de la celebración de un día específico sobre la mujer trabajadora o en apoyo de la igualdad, en sentido amplio y no solo formal, entre mujeres y hombres. Sabemos que los famosos "Días de?" son cuestionados por muchas personas y organizaciones, argumentando que de poco sirve llamar la atención durante un solo día si el resto del año miramos para otro lado y las buenas intenciones se quedan en aguas de borrajas. Yo comparto esta visión solo a medias. Aunque sea fácilmente defendible que todos los días deberíamos poner el mismo énfasis en reconocer el trabajo de las mujeres y reclamar la igualdad entre unas y otros en las circunstancias y los lugares más diversos de la vida, no obstante, sigue siendo muy conveniente poner sobre la mesa estas situaciones en días específicos, como el 8 de marzo. Porque si tomamos conciencia de estos asuntos tan complejos estamos en la antesala de los cambios sociales que nos gustaría promover y alcanzar.

En todo caso, lo más grave son los juicios de quienes niegan la desigualdad entre mujeres y hombres o los discursos que justifican y legitiman las desigualdades entre unas y otros echando mano de las diferencias naturales (físicas o biológicas) que separan a ambos sexos. Es descorazonador pensar que, en pleno siglo XXI y en países donde supuestamente hemos avanzando tanto en la conquista de nuevos derechos políticos, económicos y sociales, aún podemos escuchar arengas, prédicas y sermones que justifican este tipo de desigualdades. Y no hablo de desigualdades de sexo sino de desigualdades de género precisamente para resaltar que estas no son meras consecuencias de disimilitudes biológicas, sino que nacen de las características sociales y culturales de los sexos. Porque cuando el sexo se asocia a otras características de la estructura social, como la ocupación, la educación, la renta o el poder, se convierte en género. Por eso es tan importante hablar de estas cosas, aunque solo sea un día al año.