La Palabra de Dios de este domingo, primero de cuaresma, nos sitúa en el desierto de Judá, en las inmediaciones de Jericó, en el monte llamado de la cuarentena. Quien conoce este lugar entenderá mucho mejor el relato bíblico de las tentaciones.

El desierto es un lugar privilegiado para el encuentro con Dios. Necesitamos una espiritualidad del desierto, disponer el corazón para reconocer que Dios es quien guía nuestra vida y nosotros somos parte de su pueblo escogido. En el desierto de la vida, en la soledad de uno mismo, en lo profundo, es donde se toman las verdaderas decisiones.

Es en el desierto, lugar árido y solitario, donde Jesús es tentado por el diablo. La tentación es la posibilidad de elegir entre dos formas de llevar a cabo el proyecto de la vida: hacer la vida con Dios o prescindir de Él.

Las tentaciones de Jesús son las tentaciones de todas las personas y de todos los tiempos, las tentaciones del tener, del poder y del ser más que los otros. Somos tentados para poseer, acumular, vivir dependiendo de las cosas materiales y poner en ellas nuestra vida. Somos tentados para mandar sobre los demás, para someter a los otros. Somos tentados para creernos más grandes, superiores, mejores que los demás.

El ejemplo de Jesús nos invita también a nosotros en este tiempo de cuaresma a elegir. Se trata de una elección entre los deseos de Dios y los deseos que nacen del mal, de la tentación. El mal, presente en el mundo, actúa, incita, provoca, seduce, atrae. El mal nos dice que es mejor acumular que compartir, mantener las diferencias, las distancias que ser iguales, explotar al otro que hacer justicia, ostentar el poder que servir, confiar en uno mismo antes que

Jesús nos invita a elegir la riqueza de la pobreza, la verdad de la igualdad, la autoridad del servicio entregado a favor de los hermanos y ser, así, totalmente libres en el camino de la vida. Con esta elección podremos superar las tentaciones de la vida.

El desierto no es el lugar del miedo, sino de la posibilidad de la libertad y de la gracia. La cuaresma no es el tiempo del penar, sino el camino de la alegría de ser uno mismo para los demás, es el camino de la vida y de la libertad. Jesús, su Evangelio, con su sabia pedagogía nos pone delante de los ojos y del corazón este tiempo de Cuaresma para que nos preparemos para celebrar con inmenso gozo la gran fiesta de la Pascua.