El capitán Diego López de Castañón, uno de los que fueron a la conquista de las Indias, había dejado al morir el Arica (Chile), en 1613, importante fortuna con destino a fundar un convento de monjas en sus casas que estaban a la entrada de la calle La Brasa, una dotación económica para sufragar los gastos de la carrera a dos estudiantes y una capellanía en la Catedral designando tutor para todo al Ayuntamiento de Zamora.

En 1619 se recibió en el Obispado de Zamora una orden Real para reducir a clausura a las monjas de San Bernabé y Santa Marta que en su mayoría se oponían a la reclusión porque siempre habían vivido sin clausura a pesar de las excomuniones y reprimendas de sus superiores. Algunas fueron llevadas al convento de Santa Marina, asignándoles para su mantenimiento una parte de las rentas de López de Castañón y prohibiendo a las que quedaron en Santa María y San Bernabé admitir novicias en previsión de una futura extinción después de haber sostenido con ellas largos pleitos. Con la otra parte de las rentas de Castañón fundó el Ayuntamiento el monasterio de la Concepción, prescindiendo de las casas que el Capitán había indicado en la calle de la Brasa, por cree el otro sitio más adecuado.

Ya desde el Concilio de Trento, celebrado en la segunda mitad del siglo XVI, las monjas de Zamora mostraron su pasividad y rechazo a la clausura. En 1565 los tres conventos - o beaterios como se les denominaba indistintamente - de la Tercera Orden de Penitencia de la ciudad de Zamora - Santa Marina, Santa Marta y San Bernabé - redactaron conjuntamente una información de cómo nunca habían profesado clausura, afirmaban que solían salir de su recinto conventual para asistir a entierros, honras fúnebres y fiestas, para realizar las estaciones en Semana Santa y acudir a domicilios de parientes y particulares. Jamás sus conventos habían estado rodeados por setos, cercas ni redes; ni en sus locutorios se había hablado a través de rejas. De este modo manifestaban la inexistencia de rasgos externos que las vinculasen a una vida de clausura. Diversos familiares de las monjas y vecinos de la ciudad corroboraron con su testimonio la veracidad de aquella declaración. Debido a su actitud rebelde, las religiosas fueron excomulgadas permaneciendo en este estado varios años. La gravedad de la situación motivaría la decisión del Ayuntamiento zamorano en 1571 de escribir al Nuncio para lograr el levantamiento de la excomunión.

Entre las anomalías que se atribuían a las monjas del convento de Santa Marina se dice que en ciertos actos carnavalescos celebrados el domingo y martes de carnestolendas, las más jóvenes se disfrazaban de hombres con gregüescos, medias y zapatos bailando con cuantos hombres mozos había en el lugar.