Decía Baudelaire, a propósito del amor, que el final de un ciclo completo corresponde al "cuarto grado", "al que cabe aspirar como a una dicha desconocida, que coincide con la absoluta serenidad". El "tercer grado" correspondería "a la época climatérica, en la que no basta la belleza, sin más, si no que es necesario que se muestre sazonada de profundos adornos". En esta escala de valores, sería en el "segundo grado" en el que se habría empezado a escoger, "incrementado la búsqueda tenaz de la belleza".

De esta manera, en esa marcha hacia atrás, Baudelaire nos va llevando hasta el origen, hasta el "primer grado" en el que el hombre, "viviendo la adolescencia, a falta de dríadas, se abraza, sin remilgos, al tronco de un roble". Sirva esta ordenación del poeta francés, como metáfora, para compararla con la situación económico social en la que se encuentra Zamora, que permanece abrazada, sin remilgos, al tronco de un roble, pero de un roble agotado, de un roble que habiendo superado su plenitud ya ha llegado al final de su ciclo biológico. Una situación en la que las dríadas se esfumaron hace mucho tiempo, en la que cualquier cosa sirve para aferrarse con fuerza, pero sin pasión, sin seguridad, con la simple esperanza de poder rebasar ese "primer grado" en el que se encuentra.

Mientras la mayoría de las provincias españolas han dejado atrás el "segundo grado", en el que se puede elegir, y otras tantas han conseguido llegar al "tercer grado", acercándose a la perfección, algunas otras, incluso se encuentran disfrutando del "cuarto grado", del estado del bienestar, al modo de las más avanzadas sociedades del mundo occidental.

Desafortunadamente, Zamora continúa anclada en ese "primer grado", que, en un pasado lejano, podría resultar poético, pero que en el momento actual es más bien patético, ya que siendo una de las jurisdicciones más antiguas de Europa, aunque solo fuera por esa solera, debería encontrarse próxima al "cuarto grado", al de la serenidad absoluta.

Ante escenario tan deprimente, convendría reflexionar, y ser capaces de hacer cambiar el sentido de la historia, aunque para ello hubiera que detenerse al cruzar el bosque de Valorio, o pararse al borde del río Duero, o disparar unos cartuchos para matar el tiempo, o ¿no es matar esa dimensión, la del tiempo, la ocupación más legítima que nos podría corresponder?

Disponerse a matar el tiempo pasado, el que se ha perdido inútilmente, abrazados al viejo roble, cual ingenuos adolescentes, para llegar a ser libre de tan ineficaz como perversa atadura. A romper el pudor de la obediencia ciega. A no dejar de gritar por mor de no molestar. A no olvidarse de reivindicar aquello que se cree justo. A no conservar la apariencia de una inútil dignidad. A no asumir las nefastas pautas que desde Valladolid y Madrid llegan dadas a esta provincia.

Admitir las carencias y los defectos, tomar las ayudas que le sean brindadas - y las que no lo sean - podría ser el mejor síntoma que indicara el comienzo del cambio, sería el primer peldaño de la evolución, sin tener que esperar la llegada de los carnavales, los antruejos o las carnestolendas, para desinhibirse, para dejar atrás los complejos, ya que, en esas fiestas, como todo es fingido, todo se encuentra permitido. Quizás de esa manera se conseguiría llegar al "cuarto grado", ese que procura la absoluta serenidad y ayuda a diseñar el propio destino, que es, precisamente, el que, por historia, corresponde a esta región española.