Además de otras muchas virtudes, el presidente del Gobierno también reúne las de adivino, augur, o clarividente, y si no repásese su presagio, vaticinio o profecía de enero de 2014, cuando, en cuerpo mortal, y refiriéndose a la infanta, espetó que estaba convencido que la cosa le iba a ir bien, y ello basado en la sublime convicción de estar convencido de su inocencia.

Tres años después, un tribunal de justicia ha venido a darle la razón al pontevedrés que dirige la nave del Gobierno, pues el susodicho personaje de la realeza ha conseguido volar por encima del Código Penal, habiendo resultado absuelta de los delitos que se le imputaban.

Da confianza tener un presidente augur que acierte, a tan largo plazo, como van a evolucionar los acontecimientos, pues ello permite dormir tranquilos, ya que tal poder permite poder tomar decisiones sin temor a equivocarse, y evitar ir dando tumbos por ahí, evitando el riesgo de acabar con las costillas en cualquier cuneta.

Cierto es que, en el caso que nos ocupa, el de la Infanta, resultaba más sencillo de interpretar, pues las señales que enviaba el oráculo procedían del amor, y es sabido que ese sentimiento nubla el entendimiento, también el de la susodicha, y en tales casos, no es posible discernir si ha ganado la Liga el Madrid o el Barça, o si le debe dinero a Hacienda, o es el fisco quien tiene que devolverlo, como tampoco aclarar si un Jaguar en una plaza de garaje debe llamar la atención o por el contrario pasar desapercibido, como algo simplemente anecdótico, ya que entre ese coche y un Ibiza no existen apenas diferencias.

Gracias a los últimos juicios celebrados en España, y en base a las declaraciones de algunas destacadas imputadas, enamoradas hasta las trancas, hemos podido constatar que el amor lo nubla todo, de ahí que los consejos de administración de las grandes empresas deban estar temblando, ya que de no poner de patitas en la calle a sus ejecutivos enamorados, felizmente casados -quienes con toda probabilidad, no se estarán enterando de nada- las empresas corren el riesgo que sus cúpulas de dirección no estén acertando ni una a la hora de tomar las decisiones más adecuadas a cada uno de los negocios.

Y es que el amor lo puede todo, pues además de nublar la mente, también hace perder la memoria. Y si no obsérvese como el noventa por ciento de las respuestas de la infanta en el macrojuicio de Mallorca, a preguntas de abogados, jueces y fiscales, fueron del tipo "no sé", "no me acuerdo", "no me consta", así hasta 579 iteraciones, y eso ya es más preocupante, porque si admite como normal lo de perder eventualmente la memoria, cualquier día de estos la gente va a olvidarse de pagar el teléfono o el recibo de la luz, y llegado ese momento, si la cosa se hiciera extensiva a todos los enamorados, Telefónica y las eléctricas podrían llegar a desaparecer por falta de ingresos, y entonces a ver que empresas quedarían en el mercado para que nuestros dirigentes pudieran practicar el noble deporte de las puertas giratorias, cuando terminara su presencia en los puestos de Gobierno.

En eso de la política nos habíamos acostumbrado a ver personajes duales, en función de a quien se atacara o defendiera, unas veces adoptando el personaje del Dr. Jekyll o Mr. Hyde, otras el del Dr. Frankenstein o el monstruo, y las más de las veces a Jack Lemmon, interpretando a Daphne o Jerry para poder conseguir el amor de Sugar (Marilyn Monroe) en la admirada película de Billy Wilder en "Con faldas y a lo loco". Pero no habíamos contado con la figura del adivinador, del contacto del oráculo, del hombre previsor, que nos pudiera trasmitir la confianza de quien es capaz de poder conocer el futuro.